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CAPÍTULO 21

Estaba sentada ante mi ordenador cuando el primer rayo masivo cayó. La casa

tembló. Las ventanas vibraron. El viento aulló, golpeando el lateral de la casa. El punto

más alto de la tormenta que había visto en el canal del clima de la televisión había

finalmente llegado.

Y me asusté, guardando mi trabajo tan rápido como pude para apagar mi

ordenador.

Entonces, el siguiente rayo cayó, la luz brillaba afuera de mi ventana pareciendo

irreal, se asemejaba más a una explosión nuclear que a un acto de la naturaleza. Las

luces no tenían esperanza. Al igual que una vela apagándose, estaba ahí por un

segundo y al siguiente no.

―¡Maldición! ―murmuré, yendo de mi escritorio hacia la cama, sin ver,

moviendo mis manos para encontrar la mesita de noche. Mi rodilla la encontró

primero, y maldije, tocando el lugar que estaba segura que ya se estaba convirtiendo

en un hematoma con una mano y encontrando el cajón superior con la otra. No me

tomó mucho encontrar la pequeña linterna LED dentro. Me aseguré que siempre

estuviera en la esquina izquierda y, efectivamente, ahí estaba.

La encendí, respiré profundamente antes de regresar a la cama y me deslicé

debajo de las sábanas. La linterna era lo mejor que el dinero podría comprar,

quinientos lúmenes por un artefacto de quince centímetros de largo. Moví el haz

luminoso hacia el techo y hacia la puerta abierta, escuchando que el viento soplaba

más fuerte. Me estremecí.

No era como si no hubiese recibido una advertencia de que una tormenta estaba

por venir. Había estado lloviendo constantemente durante algún tiempo, pero en

lugar de alejarse, la tormenta solo se había vuelto más y más intensa. Genial.

Esto era tan estúpido. Odiaba tenerle tanto miedo a la oscuridad. Realmente lo

hacía. Me hacía sentir como una niña tonta. Pero no importaba cuánto intenté

decirme que estaba bien, que no pasaba nada...

No sirvió de nada.

Todavía temblaba. Mi respiración seguía atrapada en mi garganta. Quería que

las luces se encendieran.

―¿Vanessa? ¿Dónde estás? ―La voz áspera de Harry procedía del pasillo.

Apenas podía oír sus pasos mientras se mezclaban con el ruido exterior.

―En mi habitación ―grité, más débil de lo que nunca habría deseado ―. ¿Qué

haces despierto? ―El dormilón se había ido a la cama en su hora habitual: nueve.

Hace tres horas.

―El trueno me despertó. ―Otro gran destello de relámpagos iluminó el cuerpo

que llenaba la puerta un momento después, y moví mi linterna hacia sus piernas.

Sus piernas desnudas.

Solo estaba usando bóxers. No había una camiseta sobre su pecho. Harry estaba

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