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Capítulo dieciséis

Harry

Ladeé la cabeza, mirando el número de Hadley en mi teléfono,

contemplando la posibilidad de enviarle un mensaje de texto. Parecía un

desperdicio no usar su número ya que lo tenía. Faltaban otros treinta

minutos para que llegara mi cita. Treinta largos y tortuosos minutos.

A la mierda.

Harry: Hola.

Golpeé mis nudillos contra el mostrador antes de enviar otro.

Harry: ¿Debería volver a subir una vez que haya salido y terminar los autos

con Lucy?

Tardó uno o dos minutos en responder.

Hadley: Claro.

¿Claro? Frunciendo el ceño ante el teléfono, intenté descifrar lo que eso

significaba. Entablar amistad con una madre no era tarea fácil. De alguna manera, me

hacía amigo más rápido de la niña que de la adulta.

Aun así... Mi mente era implacable cuando se trataba de ellos. Llegó otro

mensaje.

Hadley: Tengo que irme. Ven cuando quieras.

—¿Por qué sonríes? —Wendy me miró.

—Es obvio. Es la madre —dijo Lance entre risas.

Intenté ocultar mi sonrisa tras un ceño fruncido.

—¿Tienes una foto de ella? —murmuró Waldo a mi lado, mirando por encima

de mi hombro. Olvidé que estaba detrás del mostrador conmigo. Ese fue el tiempo

que consideré enviar un mensaje de texto a Hadley—. ¿Qué tan buena es esta mamá?

—¿Tienes tetas grandes? —Jim saltó a la conversación. Los clientes se rieron.

—Vete a la mierda —gruñí. Eran enormes, pero la idea de que esos imbéciles

la miraran me molestaba. Sin embargo, no tenía derecho a molestarme, no cuando yo

mismo las miraba constantemente. Pero no la objetivaba en voz alta. Pero la filtración

de las tetas era intrigante... Todo en esa joven madre me cautivaba más que

cualquiera de mis dibujos o pinturas.

—¿Así que no tienes una foto? —preguntó Waldo de nuevo.

Me di la vuelta y le miré fijamente.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Estás muy susceptible con esta chica —señaló Lance.

—Está malhumorado por todo —murmuró Jim.

No tiene sentido negar la verdad.

Capítulo diecisiete

Hadley

Hacía tiempo que no te veía maquillada —observó mamá con

una sonrisa.

—Sí... —Me toqué la mejilla—. Me apetece volver a

sentirme bonita.

Sonrió.

—Bueno, sea cual sea el motivo, me alegra ver que vuelves a cuidarte. No hay

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