Capítulo 15 Pastillas

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“Hay tantas formas de suicidarse, pero ninguna de ellas es tan cruel como cuando te ves a ti mismo morir todas las noches”.

-Gerson Da Rodrigues





Luna Grace

1996

Hay diferentes maneras de morir, pero para un suicidio que no sea doloroso conozco pocas.

—Horcada, ahogada, atropellada por un auto, cortándome las venas, pastillas, arrojarme a un vacío, saltar desde el techo, veneno para ratas —comento en voz alta mis probables opciones de suicidio. Ninguna me convence, debo elegir a la menos dolorosa según yo. Aunque en estos momentos que más da si es doloroso o no.

—Solo será por un momento y después todo acabará —me ánimo. Pero claro está que ninguna me convence del todo. Lo que menos quiero es más dolor.

Bajo las escaleras y me dirijo al cuarto de mi madre. No está en casa, estoy sola así que es un buen momento para conseguir lo que necesito, he visto que tiene una caja llena de medicamentos debajo del mueble, abro la caja y efectivamente hay montón de cajas, frascos y tiras sueltas de diferentes pastillas, tomo dos frascos de vidrio y ni me molestó en leer su nombre, me dirijo a la cocina por una jarra de agua y después de nuevo a mi habitación. Sentada sobre mi cama vacío los dos frascos en las sábanas, son aproximadamente 40 pastillas. Tomo un montón y siento su olor. No me lo pienso más y empiezo a pasármelas por la garganta con ayuda de agua de la jarra. Mi estómago se siente demasiado lleno por el agua, pero aún así continuo hasta que solo veo unas cuantas pastillas sobre la sabana.

—Quedan pocas —me digo en un aliento. Las manos me tiemblan.

Lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas, pero no son de tristeza son de felicidad, pronto dejaré de sentir y mi memoria dejara existir.

Pasan unos minutos y el sueño empieza a vencerme, pero con el también vienen unas inmensas ganas de vomitar y un fuerte dolor de cabeza. Cómo puedo me arrastró al baño y empiezo a vomitar. Cuando caigo en cuenta de la situación él me lleva en brazos y me coloca en el asiento trasero del auto. Su voz se escucha exaltada mientras discute con alguien más.

Pasado ya unos minutos inconsciente de mi alrededor y con la cabeza dándome vueltas, logro escuchar unas voces.

—Vomitó mucho —afirma una voz que logro reconocer. Suena preocupado. Realmente lo está.

—Tenemos que hacerle un lavado de estómago para aseguramos que no tendrá efectos secundarios —informa la persona vestida de blanco.

Los veo dirigirse a mí y me sostiene para quedar sentada. Empieza por introducir dos delgadas mangueras en mi nariz y por ellas empieza a succionar lo que tengo dentro. Se siente horrible, duele, se me dificulta respirar, es incómodo y las ganas de vomitar vuelven, trato de quitármelas pero no lo logro, unos brazos fuertes me sostienen detrás impidiendo que pueda moverme.

Es él.

Su perfume se impregna en el lado izquierdo de mi cuello, y la rabia que siento hace que forcejee en un intento por zafarme de su agarré.

—Vas a estar bien mi pequeña —susurra a mi oído.

Me rindo y dejo de forcejear, cualquier cosa que haga será inútil.

—Terminamos. Sugiero inyectarle un tranquilizante  —informa el doctor.

Las dos enfermeras a mi costado retiran las mangueras de mi nariz y proceden a inyectarme algo que me hace sentir en calma y cansada.

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