Capítulo 14 Los juguetes me deprimen

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Luna Grace

Los juguetes me deprimen. Me recuerdan a mis días de infancia en los que no lograba darle el significado correcto a las cosas.

¿Buenas? O ¿Malas?

La inocencia te hace estúpida. La inocencia es la principal entrada de la maldad.

—Ven vamos a jugar un jugar otra vez —me pide que guarde silencio.

Toma mi mano y me guía por el pasillo hasta entrar al cuarto. El cuarto que se ha convertido en ese lugar perfecto para “jugar”.

Me dejó guiar sin intentar zafarme de su agarre.

—No quiero —emití.

Mi voz tan baja como siempre. Apenas y logré escucharme.

—Te va empezar a gustar —me sonríe.

Acto seguido me pone en una posición boca abajo sobre la cama. El de pie detrás de mi. Sin perder tiempo sube mi vestido a la altura de mi cintura y baja mi ropa interior.

—Por enfrente —le pido. Pero no me toma en cuenta.

En esa posición el dolor parecía ser menor.

Cuando termina su cometido lo veo a mi costado. Con una de sus manos retira el líquido espeso que sale de su miembro. Se devuelve a mi y sube mi ropa interior acomodando mi vestido.

No dice nada más.Vuelve a tomar mi mano y me deja donde me encontró.

Estoy sucia…

Y ni siquiera ella podrá limpiarme o fingir que no ve tal suciedad. 🥀


Justamente ese tipo de recuerdos son los que no me dejaban ni siquiera observarme sin sentirme mal. Odiaba verme al espejo, pero como buena masoquista pasaba horas viéndome por uno.

Antes de ella era despertar sabiendo que siempre se trataba de la misma rutina monótona y sin sentido.

Ahora me siento menos;

miserable…

Podía ver el humo que se esparcía en el aire. En el humo creía verla mientras me sonreía. Estaba relajada apunto de cerrar los ojos y quedar dormida, me lo impedía el frío, mi cuerpo estaba casi paralizado, unos minutos más ahí afuera y podría congelarme fácilmente, pero de alguna manera me gustaba esa sensación. Podría pescar un fuerte resfriado pero no me importaba, además no era de enfermar fácilmente. La azotea se había convertido en mi lugar favorito de aquella que debía llamar mi casa, mi hogar. Era como no estar dentro de ella. Recostada sobre el techo fumando un buen cigarrillo, viendo la luna, y el cielo oscuro, escribiendo pensamientos que venían a mi cabeza en mi querido diario, ella siendo el complemento de cada uno de mis párrafos. Esa rutina se había convertido en mi favorita. Escribir en mi diario era como contar lo que a nadie le había podido contar, o más bien lo que con nadie me atrevía a compartir.

Cuando se acumulan demasiadas cosas en tu cabeza se llega a un punto en el que sientes que es necesario dejarlas salir o vas a explotar junto con ellas, así que tienes que buscar soluciones para expresarlas. La mía era escribir. Ya ni siquiera me importaba si él lo leía de nuevo. Total el sabía todo de mi, era imposible esconderle algo, mentir frente a el me era imposible.

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A la mañana siguiente desperté con un fuerte dolor de cabeza, pero se me quitó en cuanto recordé que mi fin de semana había terminado y tenía clases a primera hora. Claro que el motivo de mi entusiasmo no eran precisamente aquellas clases.

NO LEAN MI DIARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora