Capitulo 11 Secreto descubierto.

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Luna Grace.

—¿Qué te paso? —preguntó mi madre apenas cruce la puerta. En las manos tenía una taza humeante.

—No es obvio —respondí neutral.

—No seas grosera Luna —me reprochó al instante. Le puse mala cara y la ignore subiendo las escaleras.

—Mañana iré por ti al instituto —me informó. Me detuve en cuanto la escuche. No me hacía nada de gracia su comentario.

—Prefiero llegar empapada todos los días. A querer que vallas por mi como una niña chiquita —argumenté sumamente molesta.

—No pregunté si estabas de acuerdo —me dijo en un tono antipático—. Y más te vale no intentes lo mismo que le hiciste a Max —advirtió.

Apreté los labios un momento, intentando no enfadarme más. Subí hasta mi cuarto y no puse más peros. Esa había sido una advertencia bastante seria y yo sabía muy bien que pasaba si la retaba.

Max estaba de viaje por su trabajo a la cuidad vecina. Por eso mismo no había tenido tiempo de venir a verme y darme sermones por lo del accidente. Sus lesiones también habían sido leves. Incluso estaba segura que el no le había contado nada a mi madre y ella se enteró por sus propios medios. Por más cosas que hiciera, el nunca me delataba con mi madre. Así era el.

Tomé una ducha de agua caliente. Al salir me dispuse a escribir en mi diario como ya era un hábito. Para mi sorpresa no lo encontré donde lo escondía. Lo busque por todas partes pero no apareció. Sin duda alguien lo había tomado sin mi permiso. Y estaba más que claro quien era el que lo había tomado, pero me negaba aceptarlo. El nunca se metía con mis cosas. Ese diario era demasiado valioso para mí. Contenía demasiada información. Cosas que no me atrevía a expresar. La frustración se apodero de mi. Incluso entre a su despacho y busque por todo rincón, pero allí no estaba. Me desespere. La rabia que sentía estaba dejándome sin aire. Ni siquiera un simple objeto de papel podía ser solo mío. Incluso eso tenía que compartir con el. Todo lo mío podía ser de el en cuanto el lo quisiera. Yo también le pertenecía.

Las lágrimas cargadas de rabia comenzaron a bajar por mis mejillas. Baje las escaleras. Mi madre seguía en el mismo lugar.

—¿Cuándo vuelve Max? —tajé insistente. Ella me observó curiosa.

—¿Por qué la duda? —encarnó una ceja.

—Tiene algo que no le pertenece — protesté.

—Tan importante es ese objeto como para ponerte así de alterada — cuestionó. Pero con desinterés. A ella no le importaban ese tipo de cosas.

Mofé irritada y volví a subir a mi cuarto. Me sentí como una niña chiquita a quien le quitaban su juguete favorito. Con la diferencia de que mi diario no era un simple juguete. Durante estos años escribir en el era como la vía de escape de mi realidad. Después de llorar lo suficiente mi mente quedó en blanco, no se cuánto tiempo paso y cuando me gire para mirar por el balcón ya no había claridad si no oscuridad. Mire el reloj de la mesita de noche el cual marcaba las 2 am. Todo dependía de él, como siempre. Y nunca en mi vida había deseado que volviera a casa antes de lo previsto.

Al día siguiente salí de casa para ir al instituto. Me desperté con ojeras y los ojos hinchados de tanto llorar, y con un fuerte dolor de cabeza. No me moleste en despedirme de mi madre. Y tampoco era que esas cosas le importaran mucho. Incluso ni siquiera se preocupaba si volvía o no. Ella tenía asegurado que regresaría sin importar lo que sea.

Me gustaba ir a clases del instituto. Cuando entraba y veía a Eris sentada en la butaca o me sentaba a esperar por ella, era como si al verla toda la calma volvía a mi mente. Podría considerarla como un tipo de medicina. Ese día me tocó esperar. Cuando llegue todavía era muy temprano. Deje mi mochila en la butaca y salí para a caminar por los pasillos. El patio estaba lleno de árboles grandes, había aire libre y esa fue una buena oportunidad para fumarme un cigarrillo. Me encantaba inhalar el humo que salía por mi boca. Mi mente se relajaba. Era como si dejara de pensar por esos instantes. Me recargue sobre el tronco de un árbol y mire al cielo, estaba nublado el viento era violento. Tenía las manos frías y los labios resecos. Lo supe en cuando mi lengua los rozo y estos se sintieron ásperos. Incluso ese mínimo contacto se sintió doloroso. Asumí tenía una que otra alguna abertura.

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