Capítulo 23 Mi último regalo

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Luna Grace

Se supone que un diario es únicamente para ti, por lo tanto nadie más debe leerlo. Eso pensaba cuando empecé a escribir en el, pero ahora que no sabía que rumbo iba a tomar mi vida quise que alguien mas lo leyera. Y esa persona elegida fue Eris. Al leerlo podría entender muchas cosas que nunca me atreví a decirle, y no tendría que dar explicaciones porque cuando ella lo leyera yo estaría muy lejos.

Así quise que fuera.

En los últimos días que la vi le entregué mi diario e hice que me prometiera que lo leería cuando yo estuviera lejos. También le regalé el cuarzo que había encontrado en el salón abandonado como muestra de mi cariño. No hubo un abrazo, un último te quiero, o un último beso, si los hubiera habido la despedida fuera sido mucho más dolorosa. A la semana le hice mi última llamada, le dije que ya estábamos en proceso de mudanza y ya no iría mas al instituto. Me iba de la cuidad. No pude hacerlo en persona, no hubiera podido.

Quería que al leer mi diario supiera de la diferencia que había logrado en mi patética vida. Todo lo bueno fue gracias a ella. Con ella llegué a hablar de cosas que solo hablaba conmigo misma.

Estaba agradecida con la vida por haberla cruzado en mi camino aunque solo fue por poco tiempo, cada maldito segundo a su lado valió la pena. No quise imaginarme un futuro por qué él, aún existía, por ende el único futuro que podía imaginar era uno estando en sus garras. Y quizás la arrastraría junto conmigo. Maximiliano Grace el hombre que se había obsesionado conmigo desde que tenía memoria, cinco, seis, siete años, no importa el comienzo, era una niña. Nunca me atreví a contarle a mi madre, por qué sabía que aunque lo hiciera no me creería, estaba manipulada por ese hombre hasta el grado de preferirlo a el antes que a su propia hija. Dolió cuando pude aceptarlo. Igual si decidiera cambiar de opinión el jamás nos dejaría en paz. La única manera de escapar era la muerte. No tuve una buena madre, o quise pensar que el problema siempre fue el, y si ella se hubiera casado con otra persona las cosas hubiesen sido diferentes. Mi corazón dolía, no encontraba soluciones solo consuelos, pero no me bastaban.

También escribí una carta, una última carta dirigida a Eris.

El cumpleaños de mi madre estaba cerca, y tenía el regalo perfecto.

Entonces la gran sombra enarcó y me abrazó.

—Mi niña —dijo—, ¿hace cuanto que me esperas?

yo lloré y dejé de abrazarme. 

-A. P.





FIN

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