Preocupados

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Le desesperaba el llamarlo una y otra vez y que no le contestara.

Durante todo el camino a su casa Karla intentó tranquilizarla, incluso sin saber qué era lo que realmente había pasado.

— Ara, ¿por qué estás tan alterada? ¿Qué fue lo que sucedió? —Preguntaba la morena.

Luego del quinto intento y recibiendo el contestador como respuesta, la actriz contestó rendida:

— Es que dije una tontería sin medir mis palabras y creo que lo lastimé.

— ¿A Andrés?

Aracely simplemente asintió.

Karla levantó una ceja, buscando comprender, no quería entrometerse mucho pero le preocupaba lo inquieta que estaba su amiga.

— ¿No prefieres esperar a verlo mañana en el set? Dudo que estando allí decida ignorarte, no podrá. —Dijo, mientras la veía volver a intentar comunicarse.

— No puedo dejarlo pasar la noche pensando cualquier cosa de mi, Karla... Simplemente no puedo.

La mujer asintió y, poniendo una mano sobre la de Aracely, dijo:

— Yo sé que Andrés ha sido un gran pilar para ti este último tiempo pero... ¿Tanto así, Ara?

— Más de lo que crees, Karlita... Más de lo que yo misma creía.

El viaje continuó en silencio.

Aracely agradecía tener a su lado a su amiga en todo momento, sabía que ella la escucharía cuando decidiera o finalmente entendiera cuáles eran en realidad sus sentimientos hacia su compañero y amigo.

Al llegar, se dio un baño para poder relajarse y quitarse un poco el cansancio de aquel día.

En ningún momento imaginó que las cosas con Andrés pudieran tornarse incómodas o que terminarían mal, pero en ese instante aquel era su miedo más grande: perderlo.

Se puso su pijama y se recostó en la cama, con la esperanza de poder conciliar el sueño pronto ya que al día siguiente tendría que volver al set muy temprano como era rutinario, pero la vibración de su teléfono en la mesita de luz llamó su atención.

No dudó dos veces en ver quién le escribía.

Era él.

"¿Sigues despierta?", decía el mensaje.

Aún con el miedo de que volviera a rechazarla, se decidió a llamarlo.

Un tono, dos... Tres.

— Hola. —Se escuchó del otro lado de la línea.

No pudo evitar sonreír al oírlo.

— Hola, Andresito. —Le dijo en un tono tan cálido que podría amansar a la peor de las fieras.

Lo entreoyó suspirar profundamente.

— Estoy afuera, ¿siempre sí me abres? Hace demasiado calor.

La rubia no podía creer lo que escuchaban sus oídos.

Había ido a verla.

Estaba frente a su casa luego de haberse ido sin darle la oportunidad de hablar, después de no haber contestado ni una sola de sus llamadas.

Rápidamente y sin pronunciar palabra, colgó el teléfono.

Buscó la bata que hacía juego con su pijama color turquesa y se dirigió hacia la entrada.

Por un momento, se regañó mentalmente a sí misma por no haberle dicho nada a Andrés.

¿Y si se iba porque le había colgado la llamada así sin más?

Mi fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora