7.

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Habia cruzado la cancha entera y se acercaba a las instalaciones del predio con una pierna y media. Quizás menos. Son estaba totalmente molesto, no era su día.

La temporada empezaba la semana próxima, tenía un tirón en la pantorrilla y, para colmo, se sentía lastimado. No sabía cómo manejar la ola de sentimiento que le recorría el cuerpo, sólo sabía que debía una disculpa a sus compañeros por su huida.

Caminaba a su ritmo, comprometiendo aún más su lesión que, a cada paso, empezaba a doler más y más. Si no llegaba al vestuario pronto podría empeorar la situación. Además, si se lesionaba seriamente, no iba a poder ir a entrenar todos los días.

Sacudió su cabeza cuando, de nuevo, pasaba Romero por sus pensamientos. Estaba harto de tenerlo presente siempre, de que lo invada. Él siempre había hecho todo para agradarle; ni siquiera el primer día fue capaz de decirle un hola mal pronunciado, un ademán, algo. No, siempre era Heungmin el que tenía que estar detrás suyo. Cosa que no era suficiente porque Romero ni siquiera se dignaba a saludarlo. Ya no entendía si le caía bien, si le caía mal, si eran amigos, si eran compañeros. Seguían siendo desconocidos. Dos desconocidos que jamás se habían hablado.

Pensarlo lo deprimió un poco, haciendo que sus pasos se detengan en la entrada de las instalaciones que parecían vacías. Se apoyó en el marco de la puerta, descansando un poco. Le ponía triste no recibir una respuesta a todas las cosas que había hecho para agradarle a Romero. Comenzaba a creer que era que Cristian no quería entender ninguno de sus intentos de acercarse.

—¡Sonny! ¿No podés esperar? ¡Sonny! —Le robó la atención enseguida. Son giró la cabeza cuando oyó la voz de Romero, remarcando aún más ese acento particular que no había oído en otro hispanohablante. —¡Desde allá atrás te estoy llamando! ¿Adónde vas así? ¿Estás loco? Por Dio'.

Fue una avalancha de palabras que Romero pronunciaba con una velocidad incomprensible. Sin señas para darse a entender, eran frases sin sentido para Son. Sólo veía el accionar de Romero, que se acercaba con impulsividad a su lado y, ahora sí, con señas, decía:

Dale, vení.

No estaba seguro de qué quería decir el argentino, así que otra vez, sin hacer nada, sólo lo miraba. Su brazo izquierdo pasó por los hombros de Cristian que, ahora, lo agarraba de la cintura. Ahora entendía a qué se refería.

Empezaron a dar pasos juntos. Ahora su pierna izquierda ya no hacía esfuerzo casi, pero era lo que menos importaba. Se concentró en sentir la mano de Romero sosteniéndolo en su cintura y su otra mano agarrándole de la suya que se posaba encima de su hombro. Era un agarre tan cálido como el abrazo del día anterior. Cálida, como el oír de su respiración cerca pegada a él. Una respiración que venía agitada de entrenar, venir trotando desde el otro lado de la cancha y ahora cargar con él. Un escalofrío pasó de su oído a su cuello y de su cuello al resto del cuerpo, haciéndolo poner nervioso. Respiró hondo, aún tratando de procesar todo, aunque estaba siendo difícil.

Apenas llegaron, Cristian ayudó a Heungmin a sentarse en una de las bancas del vestuario. Pensó que el argentino se iría pero, él se sentó al lado suyo.

A ver —Le palmeó un par de veces el muslo derecho, el de la pierna lastimada.

(Bien, esa señal podía ser confusa)

Cristian le quedó mirando, esperando la acción del otro, como si hubiese dicho lo más claro y obvio del mundo. Heungmin trataba de encontrarle un significado a su señal. Un silencio en el que se quedaron mirando con cara de nada.

Arrivederci | Cutison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora