12.

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—Hola, Cutie.

Hola, Sonny.

Se compartieron una sonrisita simpática entre el movidos vestuario mañanero de todos los días. Como siempre Romero huyó para el fondo con su bolso, sus cosas, seguido por la mirada de Son que no podía quitarle los ojos de encima hasta que se perdió de vista.

Está bien, lo admitía, no podía enojarse con él.

La mañana empezaba en los predios de entrenamiento en Tottenham. Los focos cada vez más en la primera fecha, en el inicio de temporada. El sábado jugarían contra las gaviotas y no había nada más importante para el plantel que prepararse para la victoria. Había que mentalizarse y uno andaba de todo menos mentalizado.

Sin dudarlo mucho, Heungmin dejó sus cosas en el banco. Iba caminando con sus botines desatados para seguir el camino por donde Romero se había ido. Llegó al fondo del vestuario encontrándose con Cristian de espaldas, a punto de ponerse la remera de entrenamiento.

Picoteo en las costillas, haciéndolo exaltar. El otro, le cacheteó las manos, sacándoselas de encima. "Salí", le dijo.

Heungmin se sentó en la banca recostada contra la pared, sonriendo burlón después de molestarlo. También, sonrió un poquito al verlo: sus ojos como imanes iban atraídos a los detalles del argentino. Lo vio ponerse la remera de entrenamiento y su foco se fue a los brazos del muchacho. Con atención observó sus tatuajes que llamaban su atención. Le agarró del brazo, dejándose llevar por la curiosidad hacia los tatuajes, interrumpiendo todas las acciones de Cristian que ahora lo miraba confundido.

¿Qué hacés, nene? —le cuestionó.

Heungmin miraba con atención, girándose con sutileza el brazo para ver los que tenía hasta en su muñeca. De vez en cuando pasaba la mano en algunos, acariciándolos como si pudiera captarlos con el sentido del tacto. Se excusó que era eso y no que le gustaba sentir la cálida piel de Romero en sus manos.

—¿Cuántos te hiciste? —preguntó por preguntar, no más. Así, empezó a contar, tocando uno por uno los dibujos para no perder la cuenta: —Uno, dos, tres, cuatro...

Tengo unos cuántos, Sonny —Con suavidad Cristian se soltó de su agarre, riendo con la mirada baja como solía hacer siempre.

En silencio Cristian terminaba de alistarse, poniéndose la polera para protegerse del frío invernal de esa mañana. Luego, se sentó en la banca, al lado de Heungmin que le prestaba toda la atención del mundo, como esperando algo. No, no esperaba nada, sólo que le gustaba tanto estar cerca de él que no quería perderse ningún momento de la memoria.

A ver, ¿te hiciste alguno vos? —Heungmin no lo entendió, pero en un movimiento rápido tenía la manga del buzo de entrenamiento arriba, dejando su muñeca derecha descubierta.

Hizo el mismo recorrido que él había hecho, sólo que en menos de diez segundos terminó de inspeccionar. A Heungmin le gustó como su tono clarito de piel combinaba con el tono más oscuro de Cristian.

Romero hizo como dos patitas con sus dedos índice y medio que corrieron hasta tocar la mano de Heungmin y, luego, la apartó.

No tenés nada —dijo, comentando así al aire. Entonces, en inglés, dijo: —Cero.

Heungmin solito se acomodó la manga, para después, repentinamente, darle un golpecito en el brazo a Cristian que se acomodaba para atarse los cordones. Pegarle no fue difícil al tenerlo tan pegado, tan hombro con hombro. Romero se la devolvió. Otra vez Son dándole otra.

Quedate quieto. —Lo empujó con el hombro que estaba literalmente pegado al coreano.

—No me empujes. —Le devolvió el empujón.

Ay, Dios, este pibe. —Heungmin vio que Cristian empezaba a perder la paciencia, aunque en realidad estaban jugando. Miraba al cielo, negando, riendo, pero también suspirando fastidiado. —Salí para'llá. Dale. —Le hizo señas que deje espacio en la banca, pero Heungmin siguió molestando.

—No.

Dale.

Para evitar que Cristian lo empuje, se le pegó o, más bien, se agarró de su brazo y apoyó su cabeza en el hombro del argentino que pareció tensarse al tacto.

Entonces, la cercanía.

¿A cuánto estaban? ¿Dos, tres centímetros? Quizás mucho menos. Lo suficientemente cerca para sentir la cálida respiración del otro. Casi, pero casi sus narices se rozaban. y, ahora, que se miraban uno al otro, la tentación era grande.

El calor de ese agarre de Heungmin, la cercanía entre él y Cristian y algo más, algo que hacía que ese momento fuese como si estuvieran al borde de algo. Un segundo más y algo podría romperse.

El cerrar de un casillero –de uno que estaba allá adelante– rompió la burbuja en la que estaban. Así vieron a varios de sus compañeros irse por la puerta. Volviendo al juego, Cristian lo despegó de la manera más fuerte pero sutil que pudo.

Dale, salí, tonto. —Le pegó con el puño cerrado en el hombro una vez vio que estaba lejos y despegó de él. Todavía mantenía la simpatía en su cara, como si nada hubiese pasado. —Cuando estés, me alcanzás —Le dio un tironcito en el pelo antes de levantarse de la banca e irse.

Heungmin lo vio irse sintiéndose todavía un poco movido por lo que había pasado. Entonces notó que Cristian se había ido como si nada, yéndose a la par de los demás. Aún así, no podía enojarse con él, era tan lindo. Se había ido sin atarse los cordones.

 Se había ido sin atarse los cordones

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algo trolo para alimentar a la gente

cuídense mucho
besoss

igual no se vayan capaz me agarra la chiripiolca y actualizo de vuelta

Arrivederci | Cutison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora