6.

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Primeras horas de la mañana y, con poco tiempo de sueño, Harry venía con un ánimo inestable. Con cara de aburrido caminaba hasta el vestuario para ponerse su ropa de entrenamiento y empezar la jornada. Sus auriculares sonaban en sus oídos con una movida melodía que, la verdad, no combinaba con su rostro de cansancio.

Sólo esperaba que fuese un día tranquilo, sin complicaciones ni que a alguien se le ocurra venir insoportable ese día. Alguien que conocía desde hace un tiempo. Ya se lo veía venir.

—¡Harry! —Ahí estaba.

Se quitó uno de sus auriculares para encontrarse con una avalancha encima suyo, una alegre que lo abrazó por el cuello y lo apretó con fuerza. Rápido se quitó, separándose del agarre.

—Por dios, Sonny, tranquilo. —Se compuso, arreglándose un poco la ropa que su amigo le había desarreglado. —Buen día —remarcó.

—¡Muy buenos días! ¿Qué es esa cara? ¡La temporada empieza la próxima semana! ¡Arriba los ánimos!

Está bien, el coreano solía ser rápido, pero está vez su velocidad había subido exponencialmente. Pudo notar cómo su ánimo era distinto al de siempre. Casi podía verlo saltando de acá para allá. Negaba con la cabeza, divertido mientras lo veía adelantarse a los vestuarios.

"¿Y a este qué bicho le picó?" se preguntó a lo que volvía a acomodar sus auriculares en sus orejas.

Heungmin llegó al vestuario, se acercó a su casillero y sacó un par de cosas que había dejado el día anterior. Sus compañeros se miraban entre ellos cuando lo vieron llegar tan contento, casi con pies bailarines.

—¿Qué le pasa?

—No lo sé, pero está cada vez peor —respondió Rodrigo, levantando los hombros, sin agregar mucho más.

Y es que ni siquiera Heungmin tenía una explicación, sólo se sentía alegre. Se excusó que era el final de la pretemporada y que pronto empezaba el torneo, una nueva ilusión, pero no, claramente no. En el fondo sabía muy bien que la razón tenía nombre, apellido ¡y un apodo adorable!

Desde ayer a la noche que estaba alegría incontrolable. Iba de acá para allá con una energía casi eléctrica, veloz, como si quisiera bailar todo el tiempo. La sonrisa que tenía pintada en el rostro no lo dejaba ocultar nada.

Todo desde ese abrazo del día anterior. Se había ido con el ánimo alto y el volumen de la radio del auto alto, cantando y bailando sus temas favoritos. Si solía ser simpático, ahora lo sería más. Es que ese abrazo lo hizo sentir tan cercano, tan distinto que iba en búsqueda de dos o quizás seis más. Sabiendo que hoy lo iba a volver a ver, no podía evitar ponerse eufórico.

Se puso su remera de entrenamiento, su campera, ató sus botines, se echó un poco de desodorante y de un brinquito se levantó del banco del vestuario, listo para empezar a entrenar.

Fingiendo que acomodaba sus cosas en el casillero, miró a la puerta, inspeccionaba todo el cuarto de vestuario pero no lo encontró. Después de realmente guardar algunas cosas, cerró su casillero y, cuando volteó, lo encontró, entrando por la puerta con su bolso deportivo.

¡Había venido! ¡Ahí estaba!

—¡Cutie —pronunció mal su apodo, pero qué más da: —, hola! —exclamó con alegría cuando lo vio, levantando la mano para saludarlo.

Pero su saludo fue apenas respondido, sin siquiera dirigirle la mirada, casi ignorando su presencia. Eso había dolido. Lo siguió con la mirada hasta que lo vio perderse en el fondo del vestuario. Fue Rodrigo quien le bajó la mano porque ya creía que parecía un tonto.

Arrivederci | Cutison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora