5.

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—¡Ay, Sonny, no digas tonterías! —Harry se echó una carcajada descarada. —¿No crees que estás exagerando un poco?

—¿Por qué lo dices?

—¡Oigan, dejen de parlotear! ¡Falta menos de dos semanas para el inicio de la temporada! —Los silbatazos del preparador físico se oían fuertes y desesperados. Ya era la segunda vez que los cazaba hablando.

Últimamente su cabeza estaba en cualquier lado, menos en donde debía estar. Fue lo menos profesional que había hecho en mucho tiempo... bueno, quizás lo segundo.

Le había contado a su amigo, Harry, lo del día anterior, sin mucho detalle, sin nombres: sólo lo de ayer. Él sólo se dignó a reírse un par de veces (suficientes para hacer enojar al preparador).

—Me estás contando las cosas como si el tipo este, no sé, te gustara o algo —Harry volvía a sonar despreocupado y sonriente como siempre. —Relájate, ¿quieres, amigo? —Manos en la cintura y mirada al frente, donde estaba el arco. Toda su compostura se cambió drásticamente cuando se dio cuenta.

—¿Cómo que me gustara? —El rostro de Heungmin mostraba cómo entraba en pánico. —¡Harry! —exclamó, llamándolo de nuevo.

—¡Harry! —Ahora llamó casi medio plantel para llamar su atención cuando era su turno de tirar al arco. El inglés miró a todos, miró a la pelota en sus pies y recordó que estaba entrenando y no poniéndose al día con el chisme.

Ni siquiera el bombazo al arco que Kane había tirado después de unos pasos de carrera lograron sacarlo de sus pensamientos. Pero esa, esa era la palabra y Kane la había dicho claramente. Esa misma.

Al final, sólo había sido un toque de nada con un compañero. No sería la primera vez. A lo lejos observó al que le tenía inquieto, Romero, y pudo notarlo hablando con otro compañero, riéndose. Se le pintó una sonrisa, contagiada por el otro. Rápido lo dejó de mirar y, pensó, esto no podía estar peor.

No tomó mucho tiempo más, sólo una hora, para que llamen al almuerzo. El silbato sonó, dando el descanso y todos fueron en busca de su comida.

En el comedor, que no quedaba muy lejos de las canchas, las mesas ya estaban preparadas y el olor a comida se podía percibir en el aire. Después del entrenamiento de la mañana, el cuerpo exigía comer y ese olor no podía ser más atrapante.

Heungmin no luchó contra el hambre de mediodía: atrapado por el aroma, se acercó al separador del comedor y la cocina, donde estaban las viandas preparadas para cada uno en una adorable y ordenada fila que llamaba a los jugadores a comer. De a montones iban llegando.

Sin chocarse con sus compañeros logró llegar al separador, pero cuando Heungmin llegó ya no había ninguna. usualmente pasaba esto: alimentar a más de treinta personas nunca era tarea fácil. si era paciente –ícono de la cultura oriental– podría conseguir la suya. No había problema, no se desesperó.

Pacientemente posó sus manos encima del separador y miró al frente, justo donde estaba la cocina. No se percató, entonces, que justo al lado suyo alguien más esperaba su vianda.

Al frente, a la izquierda, devolvió su vista al frente esperando la comida. entonces, se dio cuenta. Otra vez su vista a la izquierda: era Cristian justo a un lado suyo.

Sus manos apoyadas empezaron a moverse; sus dedos golpeaban la superficie y sentía el cuerpo inquieto. Era casi como si estuviera avergonzado de que fuera Romero que estaba al lado suyo, pero al mismo tiempo le alegraba tanto verlo... y ni siquiera podía mirarlo.

Arrivederci | Cutison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora