Solos

Capítulo 3: Indiferencia.

"Todo seguirá su curso esté o no de acuerdo" James Skylar.

"La lluvia ha estado azotando el pueblo al sur de Francia, desde hace varios días, los pocos residentes del lugar solo salen a comprar lo necesario y se resguardan del aguacero que cae, cuídese no salga", mencionaba el noticiero. En ese pequeño radio que uno de los sepultureros había llevado, en verdad era algo que no me importaba, pues acompañé a mi abuela hasta su sitio de descanso, nadie había llegado al entierro, así que solo éramos el sacerdote, y los dos sepultureros.

Las palabras del hombre fueron rápidas, casi como un rap, aunque al final entendí que no aguantaba el frío, pues su sotana estaba más que empapada, cuando al fin se marchó yo me quedé ahí, esperando a que los hombres terminaran de sepultar a la única razón que me quedaba en la vida, ella mi amada abuela Dominika. Quien se hizo cargo de mí cuando mis padres fallecieron a causa de un accidente de tren, cuando tenía 10 años. A pesar de esa pérdida, el cariño de mi abuelita hizo que todo se sintiera mejor, siempre fuimos los dos, incluso un poco antes de fallecer en el hospital, se despidió y me dijo lo orgullosa que estaba de mí, la abracé y fue ahí donde ella se marchó para no volver, llevándose la alegría que estaba en mi corazón.

Tenía la impotencia de sentir que aún no había logrado nada en mi vida, no tuve tiempo de demostrarle lo mucho que podía hacer, me sentí por completo vacío. Estuve hasta el anochecer en el camposanto, no quería irme, no quería dejarla sola, fue hasta que el cuidador me pidió de manera amable que me retirara.

Así que muy empapado llegué a casa, y el aroma a café del que hacía mi abuela me llegó, supe que nunca más olería ni probaría un café como el que ella preparaba, solo me derrumbé en la entrada de la cocina y comencé a llorar.

Transcurrió una semana, pero no me sentía mejor, aun así, mi rutina continuó, iba a la escuela, y en las tardes ayudaba en la panadería del señor Moreau, hasta las ocho de la noche. Luego iba por Lili, mi novia, quien estaba muy avergonzada por no haber podido acompañarme al funeral de mi abuela. Lo que no sabía es que ni siquiera me importó.

Aunque la apreciaba mucho, no podía llegar a quererla como ella tanto me pedía, mi abuela siempre me dijo que un día terminaría rompiéndole el corazón, a veces sentía que eso podía ser posible, pero trataba, me esforzaba por lograr ser lo que ella tanto exigía, después de todo era mi novia desde secundaria.

Era una tarde fría con un viento helado cuando el señor Moreau de forma amable me dejó ir antes de las ocho, así que me abrigué lo más que pude y fui a ver a Lili, dejé mi bicicleta acomodada y llegué a la tienda de herramientas donde ella trabajaba.

Me detuve antes de entrar y la vi abrazada a Calvin, el hijo del dueño, luego se dieron un beso, esperé varios minutos ahí, tratando de sentir algo, celos, enojo, o lo que fuera, pero no pasó en lo absoluto nada; aun así, quise entrar a la tienda para que ella notara que la vi. Su rostro junto con el de Calvin fueron tan graciosos que casi me hacen sonreír, me acerqué a ellos y saludé a Calvin como si nada, él solo me sonrió para luego desaparecer del lugar como si de un fantasma se tratara.

—No sé qué creas que hayas visto, pero no pasa nada entre nosotros —aseguró Lili.

—El darse un beso, ¿es no pasar nada? —le pregunté disfrutando ver las reacciones de ella.

—No quiero que pienses que por eso no fui al funeral de tu abuela, de verdad ese día no tuve permiso —argumentó ella.

—Es un pueblo de setenta y ocho personas, todos nos conocemos, el señor Didier te habría dado permiso sin dudarlo, pues fue gran amigo de mi abuela, incluso él mismo me habló por teléfono para darme sus condolencias, y no es que te reclamé algo, en verdad no me importa lo que hayas hecho —dije cruzándome de brazos.