Capítulo 4: Resignación.

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"Aunque mueras de amor no puedes obligar a que te amen, soltar a veces es la respuesta" Elizabeth Saint Black.

Desperté con migraña, ya llevaba tres días con ese dolor, y a pesar de las pastillas que tomé, las molestias persistían, con pesar, me levanté como de costumbre, hice mis actividades y me fui para el colegio.

Estaba tomando el curso antes de iniciar la universidad, sabía que el tiempo entre mis obligaciones y mis metas sería complicado, aun así, estaba preparada para lograrlo, era mi primera semana en el propedéutico. Para ser sincera no tenía que tomarlo, pues mis calificaciones fueron perfectas, más eso no me importó debido a que tenía la sensación de que debía aprender cada vez más, deseaba superarme, lograr las cosas por mí misma y no por mi apellido.

Ser una Saint Black, futura directora de la Academia Lancima, era para mí un honor para el que me prepare toda la vida, pero también por consejo de mi padre debía seguir luchando por mis propios sueños y eso era convertirme en una gran doctora.

Por lo que dividí mi tiempo para poder cumplir con cada cosa, al ser la mayor de las hijas de Jonathan, recaía en mí la responsabilidad, una que no podía hacer a un lado, era consciente de lo que se esperaba de mí, así que siempre traté de llevar una vida perfecta, intachable, que no diera lugar a comentarios. Manejé con suma delicadeza mi vida entre el mundo humano y el mágico, sabe dios cuanto me esforcé por llegar a donde estoy.

Las primeras horas del curso me estaban adormeciendo, pues la profesora hablaba demasiado despacio, sin querer estaba cabeceando, hasta que unos pasos provenientes del pasillo me llamaron la atención. Puse la mirada en la puerta cuando de repente como un rayo entró un joven alto, de tez morena clara, unos grandes ojos cafés y el cabello ondulado, quien vio con mucha pena a la profesora, pero asimismo le brindó una gran sonrisa.

—Lamentó llegar tarde, pero el taxista se perdió, fue todo un problema llegar hasta aquí —dijo él mientras se quitaba la mochila.

—¿Cuál es su nombre y de dónde viene? — le preguntó la profesora que lo vio con cierta molestia.

—Soy Alex Roy, vengo de Estados Unidos, es mi primera semana aquí en Escocia, es por eso que todo ha sido muy difícil, le pido me comprenda —explico él con tal simpatía, que no pude evitar que me agradara.

La profesora asintió y le indicó que tomara su lugar, el cual quedaba a mi lado.

Cuando sentí su perfume, por primera vez en mi vida, percibí como mi corazón se aceleró, mis manos comenzaron a sudar y tan solo me quedé ahí estática, sin saber qué hacer.

—¿Me prestas tus notas? —interrogó él con una tenue sonrisa, que me provocó una sensación en el pecho, asentí y le di mi libreta. Cuando el timbre sonó, comencé a guardar mis cosas, aún tenía la sensación de nerviosismo y lo peor es que ni siquiera sabía por qué.

—Aquí tienes, te debo una —agradeció Alex sonriéndome.

Yo tomé la libreta y la guardé, para cuando alcé la mirada él ya no estaba, en mi interior muchas cosas sucedieron, ni hablar de mis pensamientos que estaban muy alterados, no sabía cómo explicarme a mí misma todo lo acontecido.

...

—No olvides que a las siete debes estar en la Academia, papá te espera con los miembros del Consejo —dijo Irina mientras se preparaba cereal.

Yo estaba absorta en mis pensamientos, intentaba poner la atención en mi teléfono, pero como un repetidor no dejaba de pensar en aquel joven.

—¿Vendrás conmigo? —le pregunté a mi hermana que miraba con mucho entusiasmo sus redes sociales.

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