Apenas si podía controlar su respiración. Contó los segundos que debían durar sus inhalaciones, el tiempo que el aire tenía que permanecer dentro de sus pulmones y el pausado ritmo de salida del dióxido de carbono.
Siete, cuatro, ocho.
Cinco, dos, uno.
Seis, tres, uno.
Imposible.
El ataque de pánico amenazaba con matarlo y no podía permitirle a su cerebro de que lo convenciera de que era capaz, porque no iba a morir allí frente a su vecino.
Su corazón funcionaba bien, sus pulmones lo habían hecho de maravilla en el agua.
Cerró la puerta detrás de sí pasando llave, prendiéndose de la llave con fuerza para evitar que se notara el temblor.
Tuvo que concentrarse para poder arrancar la llave de la cerradura y agradeció que Hugo Weber ya fuese de camino al ascensor.
Tendría que entrar en la cabina con él.
No debió decirle que lo ayudaría con la lavadora, no debió permitirle que entrara en el piso, no debió quedarse estudiándolo del modo en que lo hizo. No debía mirarlo así en aquel instante porque no lo miraba sino que otra vez se dedicaba a buscar aprenderse hasta el último detalle de su imagen.
Agradeció que al menos le quedaba algo de control de sus piernas por lo que pudo seguirlo hasta el elevador, entrando en la cabina cuando Hugo ya tenía una mano sobre el tablero y la otra pegada al marco de la puerta de la cabina tapando el sensor para frenar las puertas.
Hugo le sonrió otra vez cuando pasó por su lado y toda su piel se puso tirante. La necesidad le hacía sentir eso, que su piel se ajaba a medida que su cuerpo se consumía encogiéndose sobre sí mismo.
Las puertas comenzaron a cerrarse.
La nuca de Hugo cubierta de cabello rubio oro, el perfil de su mandíbula, sus labios, el ángulo ario de su nariz, la perfección de la curva de sus mejillas, sus estupendos ojos azules. No creía haber conocido en su vida a nadie con ojos de un azul tan límpido. Era como es cielos azules nocturnos que ya no se ven porque el mundo es un asco de polución. La contaminación que lo tocaba todo por lo visto no había logrado alcanzar sus ojos.
Hugo giró la cabeza en su dirección y volvió a sonreírle con aquella dentadura pareja y luminosa que no era más que un modo, que la seguridad que exudaba, tenía para hacerse notar.
Enroscó el trenza de cuero en su dedo medio y tiró cerrando su puño hasta sentir el crack de la articulación. No estaba sacándose el dedo de lugar ni mucho menos, aquel gesto era un estúpido alivio que en ocasiones resultaba muy efectivo, no en esa porque el perfume de Hugo se concentraba allí dentro y...
La cabina se detuvo y las puertas comenzaron a abrirse antes de que perdiera por completo el control.
Tenía desde el viernes por la noche de no subir allí y cuando salió del elevador después de Hugo, lo hizo con miedo.
El miedo le advirtió que mantuviese distancia y por esa distancia Hugo tuvo el tiempo suficiente para abrir la puerta antes de que él llegar a la entrada.
El cambio en el departamento le impactó de tal forma que sus pies se frenaron a un metro de la puerta.
El vacío ya no estaba allí, el vacío y el silencio habían sido reemplazos por Hugo, sus pertenencias y su perfume porque definitivamente allí flotaba en el aire su esencia.
Muebles, cuadros en las paredes, un par de cajas todavía por el medio.
Las ventanas no estaban cubiertas por lo que las copas de los altísimos árboles del parque en sus galas de invierno que no era otra cosa que la desnudez de su estructura, se distinguía a la distancia.
ESTÁS LEYENDO
La vida en el cuarto piso.
General FictionEn cuanto Hugo se mudó al quinto piso, quedó convencido de que su vida al fin se encaminaba por la vía correcto, viendo su carrera de actor dar el paso definitivo hacia ser visto como alguien capaz de interpretar roles serios y con significado; y su...