Ruégame.

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—Es siempre un placer hacer negocios contigo, Teo.

Tomó la mano arrugada y manchada por la edad del hombre para devolverle el vigoroso apretón.

Una hora atrás esas mismas manos que ahora se unían en una despedida era las mismas que firmaran el cierre de un trato millonario que no solamente era el valor del dinero y de las posibles ganancias, sino que por sobre todo, epítome de años de esfuerzo, de su trabajo y dedicación, de todo lo que soñara conseguir.

Una pena que parte de la retribución de aquel esfuerzo llegara tan tarde.

Tenía una hora repitiéndose que no se había esforzado lo suficiente, que parte de lo conseguido ya no tenía sentido, que en realidad nada cambiaría demasiado porque ciertas cosas que sucedían tenían un carácter irreversible.

Ni todo el dinero del mundo podía cambiar la muerte, tampoco borrar recuerdos.

Sí, el dinero podía fomentar la creación buenos recuerdos y daba opciones de futuro, sin embargo no se le antojaba pensar en el futuro, no podía pensar en el futuro porque para él el futuro siempre había sido alcanzar el día siguiente, sobrevivirlo y no más.

Aún así, una chispa de felicidad vibraba en su pecho. Felicidad que le hubiese gustado compartir con ella. Felicidad que acabaría tragándose y que le caería indigesta porque la felicidad también pude pudrirse y volverse tóxica, sobre todo en él.

El hombre puso su otra mano sobre la de él.

—¿Muchacho, puedo confesarte algo?

El octogenario se inclinó sobre él apartándose de las orejas de sus hijos, sus abogados y del resto de su comitiva.

—Ojalá fuese tu padre, o tu abuelo. Me enorgullecería tenerte trabajando en alguna de mis compañías.

—Gracias, señor Jaroussky. Para mí es un honor trabajar con usted. Su trayectoria ha sido en parte mi inspiración.

El hombre sonrió, sus amarillentos ojos del celeste más claro, brillaron.

—Teo, las puertas de mi familia están abiertas para ti. No es más que decirlo que te pondré a la cabeza de cualquiera de mis compañías, la que tú quieras, la que más te guste. Este lugar ya comienza a apretarte, muchacho. Es un traje elegante pero a ti te han crecido músculos. Eres un hombre joven pero ya no eres un niño.

—Señor Jaroussky...

—Teo, sé que no sería por dinero, no me necesitas a mí para hacer dinero, ya acabamos de hacerlo. Lo que tú necesitas es crear algo, el hombre no vive solamente de engrosar su cuenta. Un hombre como tú necesita dejar su huella. El dinero pasa de mano en mano y los nombres se le borran rápido. Podríamos comenzar un negocio nuevo tú y yo, solamente necesitas decirme en qué quieres invertir y lo haremos juntos.

—Señor Jaorussky...

—Sé que alguna idea deberás tener, muchacho —soltó el hombre interrumpiéndolo. Dime y cenaremos juntos para discutirlo. Cuando tú quieras, Teo, estaré esperando tu llamado.

Claro que tenía ideas, claro que quería hacer algo más que acumular dinero, claro que la compañía comenzaba a sofocarlo y que quería por una vez, tomar sus propios riesgos.

—Festeja esta noche, Teo, embriágate. Disfrútalo y cuando acabes de purgar este día de tu sistema, tú y yo comenzaremos algo desde cero para verlo crecer y crecer.

El hombre le ido otro apretón a sus manos.

La sonrisa a la que intentó dar forma en sus labios salió extraña, lo supo al instante.

La vida en el cuarto piso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora