Lo que sucede detrás de tus ojos cerrados.

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Aquella mañana se había quedado dormido porque no su cabeza tocó la almohada minutos antes de las tres, de modo que cuando el despertador sonó media hora antes de las seis su cerebro todavía no estaba ni completamente dormido, ni suficientemente despierto.

Lo había apagado para volver a quedarse dormido y despertarse media hora más tarde. A toda prisa y con el corazón en la boca, había bajado una taza de café bien fuerte mientras se vestía para bajar la gimnasio. Se odió a sí mismo de perderse la oportunidad de ver a Teo nadando. Al menos pudo verlo sonreír cuando él entró en el gimnasio para encontrarlo debajo de la barra cargada de discos a morir, levantando probablemente mucho más peso que el de su humanidad.

Teo le había sonreído y aquello valió el no haber dormido casi nada.

Para su placer, Teo todavía tenía el cabello mojado.

Entrenaron media hora juntos, o quizá lo correcto fue decir que él tonteó con el equipo y las máquinas mientras Teo sudaba como preparándose para evitar el fin del mundo.

Cuando lo dejó para irse a trabajar el no pudo hacer otra cosa que desear que llegara la noche.

Le dio algo de ventaja para no demostrar debilidad y para no volver a tema de que se había quedado dormido por salir en la noche con sus amigos y luego regresó a su piso para darse una ducha, desayunar y meterse en la cama a dormir porque no pensaba ir a cenar con Teo con bolsas de cansancio bajo los ojos.

Despertó apenas pasado el mediodía, con la sensación de que la horas que le quedaban por delante, no serían suficientes para prepararse para la salida.

Sus preparativos para salir incluían el llamar a Myriam para conversar un rato pese a que las cosas todavía estaban un tanto tensas entre ambos. Él ya le había dicho que saldría a cena su vecino del cuarto piso sin darle mayores explicaciones y aún sin ceder al pedido de ella de organizar algo para que pudiesen pasar el rato los tres.

Al poco de despertar, también se había puesto en contacto con Teo para confirmar. Teo le contestó que estaría en su puerta a las ocho y cuarto.

Y ahora allí estaba, tocado a su puerta.

—¡Voy! —gritó avanzando por el corredor de camino a la puerta, mientras terminaba de acomodar su cuerpo en la chaqueta del traje que le costó dos horas, escoger. No se molestó en preguntar quien era, sabía que era Teo, ¿quién más? De hecho no quería ver a nadie más, no necesitaba ver a nadie más y en ese instante no le interesaba en cuestionarse los cómos o porqués, solamente necesitaba estar en la presencia de Teo una vez más porque el día había sido jodidamente eterno esperando aquel momento.

Sentía que el corazón le había trepado a la garganta para latir allí con fuerza, obstruyendo el paso del aire, impidiéndole respirar o tragar saliva, la poca que le quedaba en la boca porque de los nervios aquello estaba convirtiéndose en un desierto.

Desaceleró el paso porque no quería que Teo se percatara de lo desesperado que estaba.

Los últimos metros hasta al puerta los recorrió esforzándose por componerse, por lucir casual y despreocupado.

¿A quién pretendía engañar? Seguro que Teo se percataría de su turbación en cuanto abriera la puerta.

Inspiró hondo y abrió la puerta.

Sin más, la presencia de Teo lo arrolló.

El traje negro que vestía ajustaba en todos los lugares correctos para enseñarle a todo el mundo, su perfecto cuerpo de nadador. Su camisa negra, con el botón del cuello y el siguiente sueltos, colaboraba con la labor.

La vida en el cuarto piso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora