—Quinto piso. ¡No, mierda, no, perdón! Es en el cuarto. Cuarto piso, por favor.
Quien tomara su pedido le comunicó que la comida llegaría en veinte minutos y ante aquello su estómago crujió de hambre, o quizá fuesen de nervios porque frente a Teo, había intentado evitarlo más por poco y tiene un ataque de ansiedad. Todo su día fue estar con los sentimientos a flor de piel y había terminado por liberarse a la adrenalina y a los nervios después de la reunión con Luka, después de decirle que peleara por más dinero pero que él quería el papel a como diese lugar.
Lo haría, interpretaría a Astra y no tenía idea de cómo afectaría eso su relación con Myriam, más de lo que ya la afectara. No se hablaron en todo el día y por desgracia, tampoco sentía la necesidad de llamarla en ese instante. No quería que nada, absolutamente nada, interrumpiese aquel momento.
Estaba en el piso de Teo, en su cocina, solo, ordenado comida después de encontrarlo en la calle al borde del colapso. Todavía no podía creer el susto que se había llevado al verlo andar en aquella posición con su cuerpo encogido sobre sí mismo, con su rostro magullado, con sus anteojos favoritos rayados y torcidos, con sangre en su nariz y su boca. Ese Teo no parecía el mismo Teo magnánimo de la piscina.
Creyó que podía con un Teo empequeñecido más no con un Teo resumido a ese extremo. Era un inútil a la hora de manejar el dolor ajeno por lo que el dolor de Teo por poco y lo desarma por completo.
Regresó el teléfono a su base e inspiró hondo. Allí olía a Teo, innegable que aquel era su hogar y no podía creer que estuviese otra vez allí, no podía creer que Teo aceptara su apoyo, que hubiese podido tocarlo para por fin terminar de convencerse de que era real y que no imaginaba aquella vida en el cuarto piso. ¡Y lo feliz que lo hizo que lo apoyara con Astra! Sabía que él lo entendería.
Echó un vistazo a su alrededor otra vez, ojalá él hubiese podido escoger una cocina como aquella. De lo que no estaba muy seguro era de querer en realidad una cama tan grande, sabía que acabaría no aprovechando todo aquel espacio. Odiaba las camas grandes sobre todo si estaba acompañado. Las camas grandes eran para tomar distancia y él no quería eso, no quería quedarse solo, por eso sabía que llamaría a Myriam en la mañana.
Sus oídos detectaron sus leves pasos y su cabeza giró al instante en dirección a la puerta para verlo llegar.
Quizá no la llamase en la mañana, tal vez más tarde o quizá...
Teo tenía el cabello todavía muy húmedo, iba en pantalones deportivos que le arrastraban por los lados de los pies desnudos. La sudadera marcaba sus hombros pero en sus brazos y torso era una prenda suelta de andar entre casa, una prenda cómoda que le sentaba a la perfección. Por supuesto que no le sorprendió en lo más mínimo que todas sus ropas fuese negras.
Sonrió ante el cambio en él, las gafas de delicada montura dorada que le daban un toque de luz a su rostro, un toque todavía más angelical que el que de por sí ya le brindaban sus labios, su cabello, su mirada tímida, sus cejas y hasta sus pestañas.
Ni sus manos ni sus pies eran angelicales pese a que sus manos eran suaves y pálidas. Intuía que Teo podía dar unos buenos golpes con aquellos puños y ya había comprobado que su agarre tenía fuerza de sobra; creyó que le partiría todos los dedos cuando sus dedos quedaron atrapados allí.
Teo cargaba en sus manos un frasco de antiséptico y un gasas.
—Hey, hola. ¿Estás mejor?
Teo asintió con la cabeza pero su andar le dijo lo contrario.
—¿Y los analgésicos?
—Ya los tomé.
—Ok, ven aquí a sentarte y déjame ver eso —señaló su rostro.
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La vida en el cuarto piso.
General FictionEn cuanto Hugo se mudó al quinto piso, quedó convencido de que su vida al fin se encaminaba por la vía correcto, viendo su carrera de actor dar el paso definitivo hacia ser visto como alguien capaz de interpretar roles serios y con significado; y su...