Apoyo.

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Pese a lo mucho que deseaba volver a ver a Teo, anoche no había puesto la alarma y por eso abrió los ojos a una mañana avanzada y brillante que amenazaban con destrozarle corneas, retinas y todo lo que encontrase a sus paso al despegar los párpados.

Gruñó apretando los párpados, cubriéndose los ojos con el antebrazo derecho.

Ojalá pudiese regresar a dormir porque su cabeza era un asco. Había bebido demasiado vino, comido demasiado. Dormido demasiado. En resumen, sabía que estaría todo el día hecho un asco.

Sin salir de su escondite se preguntó cómo estaría Teo y si aquella mañana habría tenido el temple y la voluntad necesarios para levantarse antes del alba, nadar y ejercitar.

¿Habría notado su falta?

Él notaba la de Teo, su presencia silenciosa pero constante.

Lo que le costara conciliar el sueño anoche por no poder parar de pensar en él, en lo poco que dijera, en lo mucho que seguro no había dicho.

Como siempre él había acabado acaparando la situación con monólogos de los suyos porque los nervios pudieron con él, porque no quería que Teo pensara que no tenía nada interesante que contar, si bien lo que le había contado, probablemente no fuese ni remotamente interesante para él.

Teo había ido a la universidad, era inteligente, culto, exitoso; él era un idiota que ponía su rostro frente a la cámara y sonreía.

Teo no le demostró que estuviese pasándolo mal, de hecho creyó entender que disfrutó de la comida, del vino e incluso de su voz porque sus ojos no lo habían dejado en toda la noche. Probablemente solamente estuviese intentando ser educado y no demostrar que sus películas le parecían estúpidas y que era demasiado burdo para él y sus buenos modales, para su música y su vino.

Apenas si le había contado nada de sí mismo y de cualquier modo, se aferró aquello que apenas admitió, para convencerse de que le agradaba a Teo y que por eso le había dicho que no tenía mucha relación con sus padres.

Dudaba que Teo fuese por ahí contándole aquello a todo el mundo porque no necesitaba que nadie le explicara que Teo era más que reservado con su vida. Era estúpido pero no tanto y tampoco había necesidad un diploma universitario para entender que su vecino tenía mucha historia por contar.

Quería conocerla toda, de principió a fin porque por primera vez, aquello no se trataba él sino de Teo. Había hablado de sí mismo hasta por los codos para hacerle entender que esperaba una reciprocidad equivalente. Que admitir sus vulnerabilidades fuese la base sobre la que Teo montase una puerta que decidiera abrir más pronto que tarde, porque necesitaba ser merecedor de lo que fuera que escondiera detrás de sus anteojos y sus ropas negras, detrás de sus silencios.

Que Teo lo tomara como su igual, y no como un impostor estúpido que había invadido aquel piso sin merecerlo en lo más mínimo.

Después de la cena de anoche, no le quedaban dudas de que interpretaría a Astra y que daría sangre, sudor y lágrimas para hacerlo jodidamente bien. No podía fallar ahora que sabía que Teo leyera el libro. No quería fallarle, quería su aprobación, por alguna estúpida e incompresible razón necesitaba que este sujeto que apenas si conocía, diese el visto bueno a lo que él hacía y era.

Apartó el brazo de encima de sus ojos y despegó los parpados.

Agradeció no tener su número de teléfono si bien en la noche se sintiera tentado en más de una ocasión, de pedírselo; de disponer del número estaría llamándolo en aquel instante para preguntarle otra vez, si lo había pasado bien, si quería quedar con él para cenar otra vez antes del fin de semana, para ir a tomar un café o lo que fuera, incluso al menos para preguntarle si esa noche nadaría, si podía acompañarlo y si le molestaba si entrenaba con él a la mañana siguiente.

La vida en el cuarto piso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora