Las flores no se ahogan en el agua que aman.

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—Y esta aquí —de un modo teatral, Hugo se detuvo pegando la espalda a la puerta—, es la suite principal. ¿Listo para verla? —le preguntó y luego le guiñó un ojo.

—Claro que sí, abre.

Hugo le dedicó una reverencia con la cabeza, presionó hacia abajo la manija y empujó al puerta permitiendo que lo luminoso de aquel espacio, invadiese el corredor.

Pisos de alfombra claras, paredes de un blanco lechoso, una enorme cama repleta de almohadones y frazadas entre color blanco y arena, chimenea, techo de madera con vigas que eran troncos de arboles atravesando la altura de izquierda a derecha, dos enormes ventanales que daban a una terraza, un sofá, una espaciosa mesa de café.

Allí dentro olía a vainilla y a flores porque había flores por todos lados, flores tan blancas como la nieve, las cuales unían el interior con el exterior dando la sensación de que todo era un espacio interminable, infinito.

Apenas si podía creer estar a solas con él en aquel idílico lugar. Había sido sencillo, pasmosamente sencillo, tanto que tenía la sensación de que aquello era una puesta en escena que de un momento a otro se le caería encima aplastándolo.

Hugo lo deseaba; le costaría terminar de asimilar aquello.

Hugo entró en la habitación y él lo siguió con la mirada sin moverse de su sitio pese a que sabía que no necesitaba continuar limitándose a verlo desde la distancia.

—Anda, ven aquí —lo llamó tendiendo una mano en su dirección—. Te daré una visita guiada.

No pudo moverse de su sitio.

Hugo regresó a él y atrapó su mano derecha con su izquierda. Tiró de él.

Los dedos de Hugo rodeando su mano...

Todo le había dado vueltas cuando al abrazarlo Hugo puso una mano sobre su nuca, y eso porque estaba convencido de que no tenía derecho a nada semejante.

—Esta es la cama —anunció Hugo deteniendo el andar de ambos a los pies de ésta—. Dos por dos o lo que sea.

—¿No dijiste que la cama era pequeña?

—Te dará esa sensación cuando la compartas conmigo.

—¿Hugo, alguna vez compartiste cama con un hombre?

—No, ¿por qué, hay algún código secreto que deba seguir? ¿Tendremos que luchar por el espacio? Si me golpeas que no sea en la cara por favor, este rostro vale millones y lo necesito medianamente entero para mi próxima película.

—Estás metiéndote a esto a ciegas, por eso no creo que debiéramos compartir habitación —le dijo procurando no reír de sus tonterías.

—¿Crees que no sé como funciona? No soy tan inocente. Igual si quieres darme una clase magistral, prometo ser buen alumno.

—¿No te preocupa en lo más mínimo meterte en la cama conmigo?

—No, ni un poquito. ¿será nuestra cama o te gustan más las otras habitaciones.

—Hugo...

—Tú eliges, a mí me da igual. A donde tú te acuestes, yo me tiro.

—¿Te consideras bisexual?

—¿Necesitas ponerme una etiqueta?

—Necesito entender esto que está sucediendo entre nosotros.

—Sí, supongo que lo soy. No sé, qué importa. Yo sé que me gustas tú, que quiero estar contigo.

—¿Y ella... Myriam, estás enamorado de ella? —sabía que su pregunta era potencialmente dañina y no tenía idea de lo que haría con la respuesta de Hugo, su única necesidad era tener a mano algún arma con la que combatir el miedo, porque estaba aterrado. Sabía que las flores no se ahogan en el agua que aman y sin embargo... su miedo no era menor que el de Hugo cuando él lo arrastró hasta el centro de la piscina.

La vida en el cuarto piso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora