Dominio.

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—No podría estar más emocionado. Y no solamente por ver tu culo en esos pantalones.

Se dio la vuelta para pescarlo viendo su trasero con una clara mueca de admiración desmedida en su rostro. No se acostumbraría nunca a que para Hugo, su cuerpo fuese objeto de apreciación concienzuda, mucho menos merecedor de elogios constantes expresados sin demasiados subterfugios. Igual ya entendía que Hugo no tenía demasiado filtro para nada; si se le cruzaba algo por la cabeza, lo soltaba.

—Joder con lo bien que te quedan. Nadie en este mundo llena un par de pantalones como tú.

—Hugo no digas estupideces.

—Yo no tengo tu culo —insistió siguiéndolo por el corredor del estacionamiento.

—Calla—. No pudo evitar que su rostro se encendiera. Volvió la vista al frente para ocultarlo.

Hugo echó una rápida carrera para alcánzalo tomándolo por la cintura, pegándose a él. Besó y mordió su cuello por el costado derecho.

—¡¿Qué haces?!

—Practico para cuando nos subamos a la moto. Iremos así de pegados. Me encanta estar así de pegado a ti. Y joder que hueles tan bien —lo sintió inspirar profundo sobre su piel—. Hueles bien todo el tiempo pero recién duchado... —Hugo le besó el cuello otra vez.

—Hugo —intentó dar un paso, él se lo impidió. Movió la cabeza hacia su lado izquierdo y besó el remolino en su nuca—. ¿Hugo? —una mano de Hugo se deslizó hasta su entrepierna y su respiración tomó todavía un poco más de velocidad. Era tan sencillo estar con él, tan fácil caer en sus deseos y con tanto gusto lo hacía.

Los parpados le cayeron pesados mientras él lo besaba y lo acariciaba—. Hugo, se nos hará tarde... —con su mano cubriéndolo, Hugo lo empujó contra sus caderas. Jadeó su nombre una vez más; no se detuvo. De no ser porque tenían reserva para cenar y porque estaban en el estacionamiento lo habría dejado seguir. Él lograba que se le olvidase todo, hasta su propio nombre; junto a Hugo el pasado no tenía espacio y el futuro se veía con cierta luz pese a que entendía que sería igual de complicado de lo que aparentaba serlo tres semanas atrás.

En realidad con Hugo se sentía un poco más confiado de poder lograrlo todo, pese a que el propio Hugo añadía a su vida todavía más complicaciones.

Lo que sucedía era que el solo hecho de tenerlo a su lado le daba fuerzas y e insuflaba la valentía que usualmente se le escapaba de los dedos cual humo.

Los miedos de añadirlo a su vida eran tantos. Los beneficios... Todo lo que viviera con Hugo desde que apareció frente a su puerta con la canasta, era un gracia.

Hugo no era su primer intento de relación ni mucho menos; sí una relación por la que estaba dispuesto a luchar. Lo que sucedía entre ellos no contaba de la confianza de la proximidad física que era más que evidente, sino la que le permitía llegar a aquel punto. Con Hugo simplemente se sentía en orden, en paz. Había notado que sus mañas de todos los días en vez de ser protagonistas principales de su existencia habían caído a un pobre segundo plano. La tensión y la angustia habían disminuido, también el terror y el insomnio. Su mente se ocupaba en pensamientos tanto más agradables que tres semanas atrás y como para menos con aquellos ojos azul noche que posaban sobre él como totalmente cautivados por lo que tenían frente a sí.

Hugo llenaba sus oídos de risas, de frases tontas y simples, de la facilidad de estar con él sin pretender, pese a que aún no le contaba gran parte de su vida.

Era agradable que Hugo no insistiese con preguntas si bien en el fondo entendía que tarde o temprano las preguntas surgirían. En un punto Hugo actuaba con él como si su existencia hubiese comenzado el día que se conocieron y eso no le molestaba del todo. Le había contado sobre su padre, algo sobre su familia... el resto... el resto llegaría así como llegaron al punto en el que se encontraban.

La vida en el cuarto piso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora