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A pesar de que los padres de Eijiro, Enji y Touya estén hablando (discutiendo, mejor dicho) afuera de la casa, puede escucharlos claramente al haber alguna ventana abierta y, siendo honesto consigo mismo, le gustaría que se fueran a otro lugar a hablar. Voltea a ver al pelirrojo, quien yace sentado donde anteriormente se encontraba el líder de los Yakuza, luce fuera de sí.

La mirada sin brillo, pero con genuina curiosidad y miedo, sigue al nene pelinegro, quien juega en el otro sillón con aquella tortuga de peluche. Siete años, ese mocoso tiene siete y eso quiere decir que, si en verdad es el hijo de Eijiro, fue cuando el pelirrojo perdió el control a los catorce.

Tiene asco, está enojado y quiere ir a golpear al bastardo que es madre del crio, pero no quiere dejar a Eijiro solo.

— Oye —toma lugar a su lado, pasando los dedos de la mano izquierda entre la rojiza cabellera—, ¿quieres... ir a mi apartamento? Bueno, puedo dejarte con Inasa, aunque no me agrada la zorra de cara redonda.

— Se parece a mí —lo dicho le hace hacer una mueca y voltea a ver a Yoichi, quien se lleva ambas manos al estómago con un puchero en labios—. Mi madre y yo cuando esperamos a papá para comer, nos ponemos a ver los álbumes de fotos y, bueno, me he visto tantas veces cuando era de niño que no hay forma de decir: "él no es mi hijo".

— No es buena idea que hables de esto...

— Porque soy débil, ¿verdad? —niega con la cabeza, aquello no era verdad.

Durante los meses que lo ha estado investigando, vio al cabrón meterse a casas incendiadas, controlar incendios ocasionados por tanques de gas con fugas o pirotecnia, acercarse a carros con riesgo a explotación... Sí, hubo un tiempo donde lo señaló hasta de lo peor, pero el cabrón se ha encargado de cerrarle la boca con cada acción.

— No eres débil, incluso yo con treintaiséis años no sabría qué hacer ante una situación así.

— Pensé que había tocado a Monoma, pero fue a Touya... Le hice mucho daño.

— Tú no podías controlarte, ya has escuchado a tu tío.

— Tuve que haberlo hecho, si fuera más fuerte yo...

— Disculpa —la voz de Yoichi llama la atención de ambos, haciendo temblar a Eijiro. El pequeño pelinegro de ojos turques ha dejado de jugar, ahora tiene a la tortuga de peluche abrazada contra el pecho—, tengo hambre, ¿puedo ir con mamá?

— Está ocupado —responde en voz baja Eijiro, poniéndose de pie—. Ven —extiende la mano al nene, quien baja del sillón y sin dudarlo toma la mano que el pelirrojo le ofrece—, iremos a la cocina por algo ¿de acuerdo?

— No puedo comer mango, soy atergico.

— ¿"Atergico"?

— Sí —se pone de pie para seguirles, la imagen de Eijiro tomando la mano del menor le hace sentir mariposas en el estómago y llevarse la mano derecha al vientre, pensando en un futuro demasiado llamativo y dulce. Agradable—, la lengua se me hincha y no puedo respirar.

— Ah, eres alérgico al mango... Mala suerte, sabe bien.

— ¿En serio?

— Sí —Yoichi voltea a verlo sobre el hombro—, ¿eres atergico al mango?

— No —responde, retirándose las manos del vientre antes de que Eijiro voltee a verlo. Se siente avergonzado—, no soy alérgico a nada.

— Aah, qué suerte tienen.

— ¿De dónde vienen tu mamá y tú?

— De Los Ángeles, California —Yoichi vuelve su atención al frente, dando dos saltos de gusto cuando llegan a la cocina.

Un Alfa Para Ti (KiriBaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora