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Al sentir un frescor presionando suavemente contra su frente, uno que agradece en silencio, suelta un suspiro y se obliga a despertar, a salir de esa oscura bruma; los suaves toques, hechos con algún tipo de trapo hecho de algodón, pasan a presionar sus mejillas, luego su cuello y cuando se desliza lentamente por su esternón abre los ojos con pesadez.

La luz lo obliga parpadear repetidas veces hasta acostumbrarse, respira hondo y suspira lento, girando un poco el rostro para ver a la persona que con dulzura lo está cuidando.

— Buenas noches —saluda Bakugo en un susurro, las marcadas bolsas oscuras bajo la mirada carmesí le preocupan, pero al sentir su cuerpo temblar sabe que intentar sentarse será todo lo que podrá hacer con las pocas fuerzas que posee—. ¿Quieres un poco de agua? —niega con la cabeza, enfocando su atención en el techo— De acuerdo, pero deberás tomar de todos modos para pasarte el medicamento.

— ¿De qué ha-hablas? —le cuesta hablar, siente la boca seca, pero quiere respuestas para su confundida mente y abrumado cuerpo— ¿Cuál medicamento?

— El de tu tratamiento para trastorno de pánico —desvía la mirada hacia el lado contrario de donde se encuentra Bakugo—. Oye, no es para avergonzarte, ¿de acuerdo? —los dedos del rabio le capturan la barbilla, obligándolo a verlo. La intensa mirada del fotógrafo haciéndolo contener el aire en sus pulmones, temblando ante las emociones que burbujean en su pecho—. Es para que estés bien, así que no hay porque avergonzarse por ello —hace una mueca y él cierra los ojos, sintiendo en cuestión de segundos como todo da vueltas a su alrededor—. Me marcó tu amigo Inasa para decirme que habías tenido una crisis de pánico, al principio pensé en no venir porque fuiste tú quien salió de mi apartamento sin despedirse, pero recordé la forma en que te derrumbaste en mi entrada y me asuste, realmente me preocupe por ti.

— Lo siento.

— No sé qué está pasando en realidad a tu alrededor y le pedí a tu amigo que no me dijera nada.

— ¿Por qué?

— Porque quiero que lo hagas tú.

— Yo... yo no puedo —traga audiblemente, odiando que su voz se haya quebrado un poco—. No quiero hablar de-de eso.

— Mírame, Eijiro —abre pesadamente los parpados, gruñendo ante la molesta sensación de mareo que las luces le provocan y se centra en Bakugo, quien, a pesar de tener genuina preocupación en aquella mirada carmesí, le mira con firmeza—. Yo no soy tu amiguito Shoto o Inasa para tratarte con pincitas, tampoco soy alguno de los mayores que te rodean para pintarte el mundo color de rosa; yo planeo golpearte si no haces lo que te pido ¿escuchaste? Ya tienes veintiuno, no eres un niño.

— Eres pésimo con las palabras.

— Y estas sonriendo de todos modos. Venga, dime qué pasó y así voy a poder ayudarte.

Su boca se abre y de ella la verdad se desliza como una dolorosa lija, su garganta que se encuentra al rojo vivo debido al llanto y el ataque de pánico arde con cada palabra. Con cada oración de verdad, un destello de recuerdo golpea su mente y hace a su cuerpo temblar.

Los rostros que olvidó, las palabras dichas con miedo y dolor, el golpeteo de manos y piernas en busca de liberación, los ojos inundados en lágrimas que se derraman por las mejillas o se pierden en el cabello. ¿Cómo pudo haber causado tanto daño? ¿Por qué sus padres habrían recurrido a eso cuando pudieron haber encontrado una mejor solución?

¿Lo habrían hecho? Está señalando a sus padres como lo peor en este momento, cuando por años su padre ha arriesgado la vida por otros y su madre no ha dudado en brindar ayuda a los diferentes centros caritativos de la ciudad. Posiblemente ellos habrían buscado hasta con los mejores médicos una solución a su feroz celo, gastado montones de dinero y al no haber encontrado nada, con las esperanzas en el suelo, ellos...

Un Alfa Para Ti (KiriBaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora