Fin del invierno.

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Durmiendo tanto tiempo en el invierno, refugiándome en la oscuridad de mis sentimientos, bajo la sombra de la comodidad temí de la luz que alumbraba mi cara y cegaba mis ojos.

Testeando mi paciencia, ignorando mis impulsos. Negándome despegarme de esta mentalidad, prometí adorar el frío de este bosque, abrigados por los altos árboles que me rodean, donde nadie podía verme ni escuchar los gritos de mis pensamientos. Donde el sol no llega, y donde puedo ocultarme por meses sin sentir temor.

  Luego de tantos años empiezó a cuestionarme por qué siempre he huido del verano de mi alma, por qué no he dejado que el sol alumbre el suelo de este bosque para que florezcan colores que nunca había visto antes.
 
  Tenía miedo de ver al mundo, la incertidumbre de siempre preguntarme si estaré haciento lo correcto, si aquello me haría feliz o volvería a destruirme en el intento.
  Pero a principios de noviembre, cuando los rayos de un dios encandeciente me despertaba en mis mañanas, algo volvió a nacer en mi, las ramas de mis árboles bailaban una danza alegre, el dulce olor de nuevas rosas acariciaban en mi un tipo de calma y satisfacción que nunca había experimentado, era casi como si me sintiera completa. Como si la guerra dentro de mi hubiera terminado. Los soldados se abrazan, los muros caen al suelo.

  Descanso en el pasto viendo un nuevo cielo, y ya no siento tanto miedo.
Ahora estoy acompañada, tanto de otros seres, como conmigo misma.
 
  Es un sentimiento gracioso, sentir luego de tantas batallas y cicatrices que voy a estar bien sin importar como luzca mi basto bosque, e incluso si algun dia decido salir de él.

  Y si el sol no volviera a brillar, voy a ser yo quien ilumine mi propio camino de salida.

Meet Me At The ForestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora