Capítulo XI

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Aceleró sin esperar que la puerta del garaje se abriera por completo, el toldo del automóvil paso al ras, viró el volante con brusquedad y no fue hasta media glorieta que recordó activar el control para hacer descender la puerta, con un fugaz vistazo sé cercioro de que descendiera por completo, en su carrera alterada, menos mal tuvo la sensatez de darse una rápida ducha y cambiarse de ropa, antes de salir, todo lo que ocupaba su mente era llegar al hospital psiquiátrico San Andrés.

«¿Qué has hecho mal?», se reprochaba. Al entrar en el tramo de carretera que conduce al nosocomio, tenía los alaridos de su hermano frescos y persistentes clavados en su mente, como lo último que captó al momento que la conexión se perdió ¿No lo habría lastimado? ¿o sí? Debió ser Demian, quién cortó la comunicación expulsándolo, después de todo siempre se lo había echado en cara «él era más diestro», le decía desde que eran niños.

Sí, debía ser eso, no tenía nada de qué preocuparse, a lo mucho le debió provocar una hemorragia nasal, se repetía para aminorar la tensión.

Hizo presión sobre el acelerador, frunciendo el ceño, sino era nada grave entonces porque le temblaban las manos y esa opresión en el pecho lo impulsaba a llegar de inmediato a su lado peor aún «¿Por qué se preocupaba por él?». Golpeo sobre el volante con el puño cerrado maldiciendo y hablando en voz alta consigo mismo:

—¡Con mil demonios, hermano! porque tenías que empujar al grado de lastimarte, porque no pudiste dejarme, aunque fuera solo por una única ocasión tener el control ¡Ah! No imposible, tú siempre tienes que salirte con la tuya ¿no? Y ahora veme aquí, corriendo en plena noche para ir a salvar tu trasero —soltó una carcajada nerviosa con los dedos peinó su cabello hacia atrás de forma nerviosa —Y lo que me falta estoy hablando solo como un maldito demente. —vocifero —al espejear y al encontrarse de forma ineludible con el reflejo de su rostro desencajado en el retrovisor, exhaló en un intento de recuperar la compostura.

«Estaba hablando solo, por lo menos ahora, eso era cierto», pensó.

Disminuyó la velocidad, la oscuridad acababa de descender, perpetua como sí se hubiera amalgamado sobre su auto, engullendo cada uno de los tramos de la carretera por los que avanzaba. Después del ocaso esos caminos se conocían por volverse traicioneros de modo que se obligó a serenarse.

DOS AÑOS ATRÁS.

1968

A Derek le era cada vez más insoportable lidiar con el asedio que Demian, desplegaba contra él, vigilaba cada uno de sus movimientos con el fin de evitar que confesará que no había sido el verdadero responsable del choque del auto sino él, Demian, su hermano. Lo seguía a todos lados: era táctico y sofocante. Ya no se trataban de suplicas persuasivas de alguien asustado, que imploraba que lo cubriera, culpándose.

Ahora era una exigencia, lo peor era que cada vez que cruzaba por su cabeza la idea de confesar todo, era como si él, lo supiera con anticipación, yendo siempre un paso adelante.

Comenzó a alejarse de su gemelo a rehuirle, tanto como le era posible, ya que compartían aula en la mayoría de las clases. Busco refugio en los entrenamientos de natación, quedándose cada vez un poco más de tiempo, incluso después de que el entrenador se marchara.

Esta forma que Derek encontró de eludirse no duro mucho cuando a la siguiente semana en casa, su padre se puso firme con la hora de vuelta del colegio, a partir de ese momento solo podía quedarse las dos horas reglamentarias del entrenamiento de natación y estar a las 4:30 pm en casa, entre las labores que le impuso como castigo: se encontraba escombrar y limpiar el ático uno de los sitios que más detestaba además de oscuro y polvoso, de niño sirvió para alimentar sus pesadillas; después de dedicarle dos horas diarias, debía bajar a ducharse e ir al despacho dónde bajo el ojo vigía de su padre y con la tensión instaurada en el abdomen realizaba sus tareas escolares, aunque Daniel Bernal se concentraba en calificar exámenes o dedicaba tiempo en los menesteres de preparar sus cátedras de física, de cuando en cuando, Derek podía sentir su mirada penetrante clavada sobre su cabeza, al finalizar sus deberes escolares debían pasar por su revisión y aprobación, en caso de tener errores sentarse nuevamente a soportar sus regaños y recibir «clases particulares por parte de su padre».

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