Narra Demian
Desperté hundido en esa cama, fuera de mí, como solía suceder después de que me inyectaran un somnífero. Supe que era de día por la luz del sol proveniente de la ventana del corredor refractada sobre el piso.
Me levanté para ducharme, necesitaba contrarrestar, esa sensación de estar flotando lejos de lo real, aún mareado con pesadez en la cabeza avance por el pasillo sin detener el paso, di un rápido vistazo dentro del comedor y dirigí mi mirada al frente, donde se encontraba empotrado el reloj de pared, era la una de la tarde; media sonrisa surco mis labios. «Me había librado de la terapia de grupo».
En las duchas del área de observación, una de las ventajas a esta hora era que podría ducharme sin la mirada penetrante de nadie, cada regadera estaba separada por pequeños muros de no más de un metro de altura, recubiertos por azulejos blancos, no podría decir que gozaba de intimidad, pero era mejor que las horas previas al desayuno, en que las regaderas se encontraban a su máxima capacidad, ahora con suerte el agua estaría tibia, el lugar estaba desierto, gocé de la tranquilidad del silencio para desvestirme, deje la muda limpia y la toalla en las bancas de enfrente y me bañe, sintiendo como el agua me regresaba la coherencia a la mente y la energía al cuerpo.
Al terminar y estar listo salí, no quería estar encerrado en mi habitación, por lo que me dirigió, al cuarto de estar, este sitio no era de mi entero agrado, pero era mejor que volver a esas cuatro paredes que cada vez sentía más angostas, como si empequeñecieran con el paso del tiempo, hasta el punto de asfixiarme.
El cuarto de estar era una gran habitación, con una mesa de pin pon en un extremo, varias mesas donde algunos pacientes jugaban a las cartas, damas chinas y los diversos juegos de mesa que tenían para su recreación, hace tiempo que había descubierto que, de los escasos juegos, ninguno estaba completo, sin embargo, a los internos asiduos esto no parecía importarles.
Al fondo de la habitación, más allá de la malla de acero inoxidable que recubría el ventanal y los barrotes, se encontraba el jardín trasero, la última conexión entre la abstracta realidad del Hospital Psiquiátrico San Andrés y el exterior. Me detuve por instante a imaginar como olería la brisa veraniega fuera de esas cuatro paredes, evoque el recuerdo del sol proyectándose en mi cara, incluso levante el rostro e inhale, deseé poder sentarse debajo de la banca que era cobijada por el enorme roble.
Era un terreno amplio con algunas bancas que circundaban la barda de piedra volcánica que se alzaba casi tres metros: incólume y solida delimitando el vasto terreno, las flores silvestres crecían a lo largo y ancho de toda esa planicie, siempre que me era posible me sentaba a contemplar lo que sucedía en esa pequeña extensión de paraíso exterior: fantaseaba en poder recorrerlo convirtiéndolo pronto en uno de los pocos sitios en los que me sentía conectado con el mundo.
Me conformaba con tomar asiento, y con el único sentido que me era posible utilizar desde el interior, permitía que mis ojos danzaran libres por cada una de las flores, contemplaba el movimiento de las nubes y elevaba la vista siguiendo el vuelo de las aves, imaginando palpar la textura del roble, llenar los pulmones del olor del pasto mojado. Y en esos momentos una efímera sensación de libertad me rodeaba, rápidamente los ventanales se convirtieron en mi sitio favorito ese que me anclaba a la realidad, recordándole en susurros que no pertenecía a este sitio.
Cuando fui capaz de salir de esta ensoñación, inicié una exploración por la sala, ubicando la pequeña área denominada como "biblioteca" en un inicio una emoción esperanzada se posó en mi pecho, opacándose apenas me acerqué, esta sección constaba de tres pequeños libreros, en los cuales a lo mucho reposaban 30 libros más o menos, calcule en ese primer conteo visual, basto con ojearlos para comprobar que menos de la mitad estaban en buenas condiciones, su estado era deplorable evidentemente el acervo cultural no había sido remplazado hace muchos años, algunos estaban desojados, otros desempastados y en el peor de los casos rayados, «Que horrible sitio, que ni siquiera con la literatura podías escapar, pensé por un segundo».
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Opuestos Idénticos
Misterio / SuspensoNo existe peor tragedia que la perdida de la libertad. No hay peor traición que la de alguien cercano a ti, aquella persona en quien confiabas ciegamente, quien creías que de todos en el mundo sería la ultima en darte la espalda y menos en mi caso m...