Remus John Lupin tenía tan solo
21 años cuando perdió a
todos los que amaba.
Dos mejores amigos muertos
y el tercero encarcelado en Azkaban
por ser la razón de su desgracia.
Que aparezca una tierna bebé
en la puerta de su vieja y agrietada
casa...
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Narra ???
Cerró sus ojos y dio un último suspiro. Luego, empujó el cuchillo haciendo que la sangre le salpique en la cara.
No intentó limpiársela, por lo que sintió las gotas deslizarse desde su mejilla hasta la barbilla, mientras observaba al hombre dejar de respirar. Estaba segura que el dolor era fuertísimo, pero quería que sufriera más. Lo quería y lo necesitaba. Así que giró la daga, lento, logrando hacer la forma de un medio círculo imaginario. La sangre ahora salía a montones.
Cuando pensó que ya había sido suficiente tiempo el mirar sus ojos perdiendo vida, sacó el cuchillo en un solo pestañeo, y lo vio golpear su cabeza contra el pavimento de la calle. Empezó a caminar en el medio de la ruta, sola, con el vestido blanco lleno de una gran mancha roja, pero no se molestó en mirarla.
No había usado su varita para matarlo, porque si lo hacía, sabrían que alguien mágico estaba asesinando aurores. Prefería quedarse como una muggle, sin levantar sospechas hacia su persona.
El arma blanca seguía en su mano derecha, goteando el líquido escarlata. Su mirada al frente no cambió en todo el trayecto y la brisa movía sus cortas hebras pelirrojas, como si estuviera bajo del agua.
Ya había acabado con uno de los aurores, ahora faltaban siete.
"El precio de lo que quieres obtener, es tu hija. Los hombres de sombrero negro se harán cargo de que la naturaleza obtenga su debido equilibrio"
Esa maldita vieja canosa.
Se aseguraría de que nadie tocara a su hija, porque por ella se convertiría en cualquier cosa si era necesario; desde la violencia hasta la enfermedad. No aceptaría el silencio de los dichosos hombres, no era suficiente. Necesitaba asegurarse de que no dirían ni harían algo en contra de su niña, y no había otro camino más que matarlos.
Necesitaba que rogaran por su piedad.
Hace algunos años, no había tenido intención de convertirse en lo que era ahora; una asesina buscando venganza, o un maldito monstruo queriendo exactamente lo mismo. Pero hoy... Hoy era una mujer. Se elevaría encima de todo y de todos. Sabía lo que quería. Sabía cómo hacer que la gente haga lo que a ella le apetecía. Sin embargo, tenía el sentimiento de que no tenía bastantes cosas para considerarse a sí misma feliz.
Corre, Sheila Crawford.
Corre.
Hizo caso a las voces. No se permitió mirar hacia atrás para ver quién era el que la perseguía por detrás, ni tampoco cuestionar en voz alta a las voces. Tenía el poder para acabar todo Londres si lo requería, ¿por qué huía?
¿A dónde estaba yendo? ¿Era seguro donde la estaban enviando?
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