El hospital estaba lleno de luz y actividad, pero en la habitación de Maia, el ambiente era tenso y cargado de preocupación.
Remus, con el corazón en la garganta, se acercó a su hija de cinco años, quien yacía en la cama, todavía temblando por la terrible experiencia que había enfrentado.
— ¿Maia, bunny-bun? ¿Estás bien? —preguntó el castaño con voz suave, pero llena de ansiedad.
La pequeña ojiazul no respondió, solo miró a su padre con sus grandes ojos dorados llenos de lágrimas.
Había pasado por un trauma que ningún niño debería enfrentar.
Remus deseó con todo su ser poder borrar el miedo y el dolor en la mente de su hija. Maia se aferró con fuerza a su peluche y finalmente habló entre sollozos.
— P-papi, tenía mucho miedo allí. Pensé que iba a morir.
El corazón del hombre de cicatrices se encogió al escuchar las palabras de su hija.
No podía imaginar el terror que había sentido en ese lugar oscuro y siniestro. Sabía que Maia había enfrentado situaciones difíciles en su muy corta vida, pero esto era diferente.
Estaba involucrada la magia oscura, y el peligro era real.
Mientras la niña hablaba, las luces en la habitación comenzaron a titilar y los cristales de los vasos, en una mesita a su lado, se quebraron repentinamente. Remus se dio cuenta de que los poderes de su hija estaban activos y descontrolados debido a la intensidad de sus emociones.
— Tranquila, Maia, estoy aquí. Ya no estás en ese lugar. Estás conmigo ahora, y nada te pasará —dijo el castaño, tratando de calmarla con su voz suave y reconfortante—. Está bien, ya está pasando. Solo respira y concéntrate en estar conmigo. Todo estará bien.
Maia miró a su padre, pero sus pupilas observaban otra cosa en vez de a Remus. Estaban dilatadas, y el fantasma de terror en ellos era evidente. Fue como si nubes doradas se apropiaran de su ser. Su espejismo estaba en sus ojos; la niebla disfrutando de la sombra de una mujer dentro de ellas. Bailando, sonriendo, divirtiéndose en el cuerpo de su pequeña hija.
¿Quién era ella?
Poco a poco, los poderes de Maia se calmaron, y las luces y los cristales dejaron de temblar. Remus le acarició la mejilla con suavidad y la miró a los ojos con amor y preocupación.
— Lamento mucho que hayas tenido que pasar por todo esto, cariño —le dijo Remus, sintiendo una punzada de culpa por no haber podido proteger a su hija de todo ese sufrimiento—. Debes prometerme una cosa, ¿está bien? Cuando los aurores vengan a la habitación y te pregunten qué te hicieron en ese hospital, diles todo lo que recuerdes. Cuéntales la verdad, ¿okey, amor?
Maia negó con la cabeza, secándose las lágrimas con la manga de su campera con un dibujo de unicornio: — No quiero volver a ese lugar, papá. Tengo miedo.
El castaño apretó a su hija en un abrazo reconfortante.
—No volverás a ese lugar, lo prometo. Haremos todo lo posible para mantenerte a salvo, bunny-bun.
La mirada de la ojiazul se encontró con la de su padre: — ¿Crees que soy mala, papi? —preguntó Maia con lágrimas en sus ojos.
—No, mi amor, no eres mala. Tienes poderes especiales, pero eso no te hace mala —respondió Remus, acercándose para abrazar a su hija—. Lo que importa es cómo uses esos poderes.
Maia asintió de nuevo, sintiéndose un poco más tranquila en los brazos de su padre. Sin embargo, aún había miedo y preocupación, junto con lágrimas, en sus ojos. Remus sabía que no podía proteger a su hija todo el tiempo, y que necesitaba encontrar una solución para asegurar su bienestar.
—¿Quieres que te cuente una historia para dormir? —preguntó Remus con una sonrisa pequeña en sus labios, mirando con ternura a Maia. Ella solamente asintió con la cabeza y se acostó en el pecho de su padre, encontrando consuelo en sus latidos del corazón—. ¿Conoces la historia de "Los Cuatro Mosqueteros"?
Su hija rió como si hubiera escuchado el mejor chiste del día; — No son cuatro, son tres, papi.
—Oh, créeme, en esta historia son cuatro —acarició el cabello de la pequeña en su pecho—. Los Cuatro Mosqueteros tenían nombres graciosos; algunos se llamaron a sí mismos como nombres de perros. ¿Puedes creerlo? —sonrió con dientes, junto con las esquinas de sus ojos comenzando a ser borrosas— Estaba el perro, el ciervo, la rata y el lobo malo.
— ¿¡El lobo de los tres cerditos!? —preguntó Maia, separándose un poco para ver con miedo a su papá.
— Nop, no es ese.
— ¿Y el de capuricita roja?
— Es caperucita, amor. Y no, tampoco es ese —Remus rió entre dientes—. Este lobo solamente se volvía malo una vez al mes, pero todos los demás días se la pasaba haciendo travesuras con sus demás amigos animales. Le jugaba bromas a la gente para hacerla reír. Amaba ver sonreír a los otros animales de la granja.
— Quiero un lobo.
— Ya luego hablamos de eso, amor —su hija lo miró con recelo, pero siguió escuchando—... El lobo siempre quiso hacer feliz a todos, sin embargo, los tiempos oscurecieron. ¿Sabes lo que significa eso? —le preguntó, mas ella negó con la cabeza, llevando un dedo a su boca como siempre hacía cuando se concentraba en algo— Significa que apareció en la granja una águila mala. Esa águila tapaba el sol del día con sus grandes alas y dejaba sombra a todos los que estaban debajo de ella. Con sus filosas garras, aprovechaba y se robaba a los amigos del lobo.
— No me gustan los pájaros, pa.
— A mí tampoco, bunny-bun —suspiró con dolor—. El águila de ojos rojos comenzó a llevarse a todos los animales de la granja a la cueva oscura y fría. Dejó al lobo solo. No tenía a ninguno de sus amigos. Los Cuatro Mosqueteros se separaron para siempre, y no se volvieron a encontrar —su mano acarició dulcemente el cabello de su hija, notando cómo sus pequeños ojitos se volvían llorosos antes de que suceda—. El lobo se volvió triste y malo con el tiempo, se había convertido en todo aquello que aborreció cuando era cachorro. Extrañaba muchísimo a todos sus amigos, sentía que lo habían abandonado.
Remus observó cómo a su hija le iba ganando el sueño, por más que esté luchando fuertemente contra él. Las caricias y la voz calmada de su padre provocaba que Maia volviera a los recuerdos de ellos dos juntos; donde él la alzaba y la calmaba con el sonido de sus palabras.
— Él no te abandonó, papi —el susurro de su pequeña pareció resonar en toda la habitación como un eco en la montaña. Su voz retumbó en sus oídos unas mil y un veces, como para reafirmar la frase que la mente de Remus no podía llegar a creer.
Él nunca le contó a su hija de su condición. Él nunca le habló sobre Los Merodeadores, por eso cambió el nombre en la historia, haciéndolos pasar a él y a sus amigos como simples personajes de un cuento para niños.
Remus arriesgó a su propia hija, estando con ella en la noche de luna llena, hace un par de años atrás. La idea de volver a hacerlo ni siquiera se le cruzó por la cabeza.
Ella no podía saber quién era él realmente.
— Yo nunca te podría abandonar —habló de nuevo Maia. Pero esta vez, su voz no sonó como la suya propia.
Sonó monótona, casi robótica. Eran palabras que salieron de su boca, pero que su mente nunca pensó en decirlas. Una muñeca de mímica, esa era la comparación correcta. Era casi tan fácil como distinguir el blanco del negro; el que había hablado no fue su hija.
Su corazón le aseguraba que fue James.
nota de autora:
jejeje volví gente
este año pasé muchísimas cosas, y no me enfoqué tanto en la escritura ni el seguimiento de esta historia. pido disculpas por todos aquellos lectores que me esperaron y que siguieron leyendo esto que creé hace un año exactamente.
gracias por la paciencia<3
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𝙂𝙤𝙙 𝙞𝙨 𝙖 𝙬𝙤𝙢𝙖𝙣 - 𝗿𝗲𝗺𝘂𝘀 𝗹𝘂𝗽𝗶𝗻! 𝗽𝗼𝘀𝘁 𝘄𝗮𝗿
FanficRemus John Lupin tenía tan solo 21 años cuando perdió a todos los que amaba. Dos mejores amigos muertos y el tercero encarcelado en Azkaban por ser la razón de su desgracia. Que aparezca una tierna bebé en la puerta de su vieja y agrietada casa...