(Antes) Los truenos asustan

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Las tormentas siempre me habían dado miedo. Pero esa tormenta me marcó la vida.
Me marcó un límite en mis miedos.

Porqué siempre soñé con un cielo azul y despejado. Pero ese día el cielo estaba gris y gruñía enfurecido, el viento cirugía en torno a los árboles y los agitaba.

Matheo jugaba a mi lado con un coche rojo bastante pequeño y lo impulsaba haciéndolo chocar contra la pared. El coche, después, volvía a sus manos y él repetía el proceso una y otra vez.

Miraba a mi abuela, cosiendo una camisa mía al estilo marinero. Se me había roto durante una cena familiar y me abuela se negaba a tirarla, ella aseguraba que tenía remedio.

Me dolían los brazos. No entendía porque papá me sacaba tanta sangre a diario para hacerme estudios, y tampoco porque me ponía tantas inyecciones.

Me quedé dormido sobre el sofá, con Matheo a un lado.

Y desperté, desperté en mitad del bosque. Atado a gruesas cadenas que producían un ruido que daba dolor de cabeza y más aún en mi estado, completamente mareado y sin noción de nada.
Matheo seguía tumbado en el suelo sin reaccionar.

Yo siempre soñé con un cielo azul y despejado. Pero ese día el cielo estaba gris y gruñía enfurecido, el viento cirugía en torno a los árboles y los agitaba. Y las gotas de lluvia me empapaban.

Entre los dos: Cartas de amor a Andrómeda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora