Los niños malos merecen ser castigados

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Mi abuela Mery era una mujer increíble. Era la que más me consentía en la casa.
A pesar de tener una enfermedad que la iba apagando poco a poco, nunca la vi dejar de sonreír. Parecía conocer todo sobre nosotros. Sobre Matheo y sobre mí.  Sus manos curaban heridas, físicas y emocionales, Mery era una gran tirita para mi pequeño corazón sangrante.

-Los niños malos merecen ser castigados -Dijo mi padre zarandeándome.-

Comencé a llorar de inmediato. Asustado.

-¡Papá sueltalo! -Matheo gritó intentando defenderme-.

-¡Cállate!

Ya era demasiado tarde cuando me empujó en el armario y cerró con llave. Golpeé la puerta, muchas veces, muchas, pero no conseguía nada.

-Déjame salir -Sollocé sin parar de golpear- Está oscuro, déjame salir

Matheo se acercó al armario.

-Tranquilo Tom. Aquí estoy.

¿Los niños de 6 años pueden tener empatía? Matheo parecía tenerla.

-Dile que me saque -Golpeé-. Llama a la abuela, no veo nada.

Papá me escuchó, entonces cerró la puerta impidiendo que Matheo fuese a buscar ayuda, y nos dejó ahí solos.

-¡Pídele perdón! -Me dijo Matheo tras la puerta del armario-.

-¡Que yo no he sido! ¡Yo no he hecho nada Math! -No pude parar de llorar-.

-¡Pues yo tampoco he sido!

-Sacame de aquí -Me limpié las lágrimas-. Tengo miedo.

Escucha desde dentro como Matheo intentaba abrir la puerta, pero solo eso, intentaba.

Se me cortó la respiración cuando escuché un trueno romper a través de la ventana.

Tragué saliva poniendo la mano sobre mi pecho. Pero este se había quedado estático tras vaciar mis pulmones por última vez y se renegaba a llenarlos con oxígeno de nuevo.

Me ahogaba en esa oscuridad, de forma literal.

No luche mucho por respirar, estaba paralizado, los bellos de mi piel en punta y cada uno de mis músculos en tensión, tanto que dolía.

Matheo empezó a gritar, asustado también. Eran esos truenos, esa maldita lluvia que siempre nos hacía temer y éramos incapaces de evitar.

Cuando estaba a punto de desmayarme, mi abuela me sacó de ese armario y me apretó contra su pecho acercando a Matheo, abrazándolo también.

-Tranquilos, tranquilos -Respiró agitada- vamos a respirar despacito ¿Si? Vamos a pensar en cosas bonitas y divertidas.

Ambos nos aferramos a ella, siempre lo hacíamos en momentos así. Era la única que hacía apaciguar a las tormentas.

Entre los dos: Cartas de amor a Andrómeda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora