¿Odio, amor?

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Recuerdo despertar entre las sábanas, ella seguía a mi lado. Estaba sorprendido, era la primera vez que dormía durante toda la noche de manera continuada, sin despertarme por algún mal sueño.
Andrómeda respiraba tranquila a mi lado. Yo no sabía qué hacer.
No sabía cómo sería su reacción. Siempre he tenido miedo a actuar, las consecuencias de actos simples y pequeños pueden arruinarte la vida. Yo no quería arruinarme la vida, aunque ya lo estuviese, y tampoco quería arruinarle la vida a Andrómeda, porque aunque la odiaba con todo mi corazón, la amaba de la misma manera y en la misma cantidad, perro siempre me negaría a aceptarlo.

Estoy seguro de muy pocas cosas en esta vida:

El dolor permanece tatuado en el corazón, no se borra.

Somos lo que vemos, somos lo que escuchamos, somos lo que sentimos y lo que nos negamos a sentir.

El miedo va un paso atrás, o adelante, tú lo decides.

Nadie te quiere, a nadie le importas, el egoísmo es un mecanismo de defensa humano.

No sería padre jamás. No soportaba ni al mío.

El dinero soluciona todo. Y si lo acompañas con alcohol mejor.

Pero había algo que no tenía nada claro. ¿Como debía actuar ahora?

Sí. Ella se despertaría en algún momento. ¿Y yo qué? ¿Debería correr?

Un trueno rompió el cielo en dos. La lluvia comenzó a caer de una manera furiosa, tan furiosa que me dejaba los pelos del punta. El miedo va un paso adelante para mí está vez.

Deslicé mi brazo y conseguí salir de la cama sin despertarla.
Busqué una cajetilla de cigarros para mantener mi boca ocupada, mis manos, mi pecho, mi mente. Para mantenerme ocupado de alguna manera. Para distraerme del ruido de fuera. Ruido que para algunos era relajante, pero para esta versión de Tom era una pesadilla continua.
Mi cabeza volvió a Matheo mientras encendía el cigarro.

Mi mente se transportó a ese día. A esa noche. A las cadenas. A los golpes. A los truenos. Al miedo.

Jugaba con el mechero entre mis manos, buscaba en el la salvación que jamás recibí, como un estúpido con esperanza.
Abrí la ventana dejando que el humo se escapase de allí y lo contemplé imaginando que se sentiría ser humo, ligero, volátil. Me imaginaba haciendo ondas en el aire y volando alto, donde no hay nubes, donde no hay tormentas. Miré a través de la venta y por un momento soñé con dejar todo atrás, y dejarme caer. Cerrar los ojos y olvidar todo. Todo esto mientras me costaba respirar y mis piernas rebotaban ansiosas contra el suelo.
El sonido de las gotitas de lluvia era infernal, insoportable.

La voz de Andrómeda me dispersó esa idea de la mente.

-¿Que haces? Cierra, te vas a congelar.

No supe cómo enviar una señal a mí cerebro para que pudiera reaccionar.

Viendo que yo no hacía nada, ella pasó frente a mí, cerrando la ventana. Me quitó el cigarro de las manos y lo apagó en el cenicero

-¿Estás bien?

No. No estaba bien.

Entre los dos: Cartas de amor a Andrómeda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora