Fingí estar bien

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Quiero dejar algo claro. No, no estaba bien. Mi dolor cada día aumentaba y no sé, no sé qué dolía más, si lo que pasó esa noche o tener que aparentar normalidad.
Tenía miedo, una vez más en mi vida el miedo se apoderaba de momentos bonitos e irrepetibles, de esos que se deben llevar tatuados en el corazón pero que a mí no me dejaba el destino.

No quería mentir, lo juro. Nunca quise mentir, siempre lo hice como mecanismo de defensa. Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, y que no sepa el mundo que te duele y porqué.

Estaba harto de fingir. No podía más. Mi cuerpo y mi mente no soportaban más mentiras. Tenía ganas de romperme en dos, de rajarme por la mitad y de dejar salir a la luz el verdadero yo que contenía, sin miedos, sin mentiras, sin tapujos. Pero claramente fingí estar bien, y volví a la cama junto a Andrómeda.

Ahora que escribo esto sentado a su lado, viendo cómo me mira, con los ojos brillosos y luchando por no dejar escapar mis lágrimas, me siento orgulloso de las tonterías que hice, de los errores que cometí y los miedos que afronté.

Entre los dos: Cartas de amor a Andrómeda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora