Me gusta esas veces que escribo mucho de una sola sentada, lo malo de eso es que nunca dura lo que uno quisiera.
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Sintió el humo calentar su garganta y también el trabajo de la nicotina relajarlo, en ese instante no era él, era Enzo Bustamante, en una fiesta repleta de narcos, con hembras por doquier, no iba a negar que lo disfrutaba, aunque era laburo, el suyo siempre se había mimetizado con un lado hedónico.
Se había garchado a un par de esas mujeres y admitiría que lo había disfrutado, sí las putas sabían de algo era cómo coger, pero él seguía sintiéndose frustrado, tenía un genio de mil demonios, sabía a qué se debía, Agustina podría haberle preguntado por qué se había alejado, pero simplemente pretendía que no le importaba y seguramente era así, se ponía triste por un caso, pero por él simplemente era una máscara de indiferencia.
Esos días en Mar del Plata habían sido el infierno en la tierra, en parte porque la ira lo carcomía y así procedía, de hecho, una de esas mujeres quedó muy mal después de estar con él, se le había ido la mano en forma, usualmente se controlaba, pero saber que no era Lautaro lo había desinhibido por completo, además porque la había elegido adrede, pelinegra, de ojos verdes, lo malo es que era más blanca que la leche, pero de todas maneras sirvió para descargarse, saco esa ira y así se la folló.
No le sorprendió que no hubiera podido levantarse, la había dejado magullada, golpeada, con hematomas en todo su cuerpo, incluso en la cara, le había arrancado mechones del cabello y la había sodomizado por el ano con una botella.
Habría sentido vergüenza, si alguno de esos hombres fuera medianamente decente, pero eran escoria y esas putas estaban acostumbradas a eso, les pagaban bien para aguantar, tolerar y callar o sino seguramente terminarían en alguna fosa común.
Pero se desconocía o más bien se reconocía, pocas veces salía a flote esa clase de monstruo que lo habitaba, pero esa mujer lo estaba desquiciando y sin embargo cuando regresó a Buenos Aires no fue a su casa como cualquier ser con dos dedos de frente habría hecho, no, él seguía sin coordinar, porque como que entre más difícil se le ponía la cosa con ella, más le gustaba, pero si, no lograba sacarse esa frustración.
Así que ahí estaba en la estación, con el maletero de su auto repleto de equipaje, porque tan pronto como se había bajado del avión se había dirigido a la estación, no saludó a nadie, lo cual no era tan raro, él no era cercano a ninguno, pero hizo un barrido rápido buscándola y no estaba, raro no era que siguiera enclaustrada en la sala de evidencias, autocompadeciendose y llenándose de reproches, ¡diablos era tan predecible en algunas cosas!
Meditó si ir directamente al cuarto de evidencias o si entrar a su oficina y aguantarse un poco más, pero llevaba casi una semana sin verla y la verdad le placía, así fuera con la excusa de qué había pasado allí en su ausencia, no había estado de licencia, pero cuando andaba de encubierto se tenía que ser más precavido y por eso no se comunicaban con él, era una razón perfectamente para buscar a su segunda al mando, así que basándose en eso fue a buscarla, pero no la halló.
Se regresó a su oficina doblemente frustrado y miró a Delfina.
- ¿Dónde está Ferrer?
Delfina lo miró algo anonadada, porque desconocía la respuesta a lo que le preguntaba y decirle eso a su jefe con el genio que se traía, sería oírlo gritar un poco más de la cuenta, la guita que ganaba era lo único que hacía soportable esos cambios abruptos de ánimo que él se gastaba, afortunadamente la Sargento Flores fue quien la salvó:
-Está en la sala interrogatorios.
Lautaro asintió y de nuevo miró a Delfina.
-Cuando termine la quiero en mi oficina.
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EL JARDÍN DE LOS TULIPANES
Mystery / ThrillerEn Puerto Maderero aparece el cuerpo desnudo de una joven en unas circunstancias extrañas: no tenía una gota de sangre, sin ningún indicio de lo que había ocurrido y ni una pista que conduzca a su homicida. La detective de la policía federal Agustin...