3.- Recaída

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Encontraron a Kevin en el estacionado, este tenía sus ojos ligeramente irritados evidenciando su reciente llanto, sus padres lo miraron tristes pero no era el momento de hablar sobre eso.

—Suban. —Pidió el Alfa abriendo la camioneta. —¿Tienen hambre?

—Quiero llegar a la casa ya... —Murmuró el mayor de sus hijos hundiéndose en su asiento.

Guillermo asintió sin decir nada más en el camino, su esposo se encargaba de liberar un poco de su olor para tranquilizar a sus hijos, funcionó en la mayoría del trayecto.

Al llegar dejaron ir a sus hijos a sus habitaciones, ellos fueron a la suya pues el Omega antes de instalarse quería asegurarse de que sus cachorros estuvieran bien; abrazó al mayor en silencio, también necesitado de la protección que solo su Alfa le brindaba.

—Ha pasado más de un año... no sé qué más hacer, Leo. —Confesó el mayor acariciando su cabello. —Creí que ya lo habían superado.

—Algo así nunca se termina de superar, Guille. ¿En este mes cómo los habías visto?

—Estaban bien, siempre cenábamos juntos, a veces yo los llevaba a la escuela o los recogía cuando podía, se veían felices... ¿cómo los veías tú cuando hablabas con ellos?

—Supongo que bien, los cuatro resentíamos que yo no estuviera con ellos, pero fuera de eso no pasaba nada, me contaban su día y cuando les iba bien en algo los veía más felices... ¿y tú?

—¿Yo qué?

—No te hagas el pelotudo, esto también te está afectando.

El mayor se separó un poco para suspirar, han pasado tantos años y aún no asimila que no le podía mentir a su Omega.

—¿Cómo quieres que esté? Hoy en la mañana los cachorros y yo estábamos muy felices porque volverías y luego me entero de que se agarraron a madrazos con otro mocoso porque se burlaron de ellos... —Sobó sus sienes. —Les enseñamos a no caer en provocaciones...

—Guillermo, si alguien se hubiera burlado de mis abuelos muertos yo también me hubiera cagado a piñas al infeliz. —Soltó el Omega casi con frialdad. —Por esto no quería irme, sé que ustedes siguen sintiéndose mal por esto.

Sabía lo que sus suegros significaron para su familia, él también se puso bastante mal cuando fallecieron pues lo recibieron tan bien desde la primera vez que lo conocieron que le fue imposible no tomarles un enorme cariño, y ni hablar de como eran con sus cachorros, Guillermo fue hijo único, casi todos en su familia lo eran.

Por eso que haya bendecido a sus padres con tres hermosos bebés pareció darles más vida; cuando ellos estaban ocupados los cachorros se la pasaban con sus abuelos, su relación era algo que no comprendía demasiado pero que agradecía que existiera.

Debido al trabajo de ambos, era difícil pasar mucho tiempo con sus hijos pero para eso estaban sus abuelos, quienes los cuidaban y procuraban.

Su partida fue algo que les afectó más de lo que esperaban.

El primero en fallecer fue el padre de Guillermo con quién irónicamente compartía el nombre, una enfermedad cardíaca; semanas después le seguiría su esposa pues perder al Alfa con quien estuvo enlazada tantos años fue un golpe que no logró superar.

Guillermo se puso mal, sus cachorros se pusieron mal y él mismo lo hizo; su hogar fue un sitio sombrío por meses, por ello Lionel dudó demasiado en volver a irse, no quería que por cualquier razón ellos recayeran y él no estuviera para sostener a su familia.

Y ahí tenía sus respuestas.

—Si algo así vuelve a suceder, Leo, yo no sé cómo reaccionarán los cachorros, ya les llamaron la atención por esto, pero tampoco puedo estar encima de ellos todas sus vidas. —Suspiró mientras se se sentaba en un pequeño sillón que tenían en su habitación. —Tienen que aprender a vivir sin ellos, sé que puede ser muy duro pero esta es su nueva realidad.

—¿Querés que te diga lo que pienso?

—Por favor.

El más razonable casi siempre fue el Omega.

—No puedo decir que entiendo tu dolor, vos lo sabés, mis viejos siguen con nosotros gracias a la Luna, pero sí entiendo por lo que pasan los cachorros, vos estuviste conmigo cuando mi abuela falleció. —Apretó sus labios intentando seguir. —No pude estar en paz hasta que regresé a Rosario por unos días, quise sentirla de nuevo conmigo, despedirme apropiadamente porque fue tan fulminante todo.

Para este punto pequeñas lágrimas brotaban de los ojos del menor al evocar el recuerdo, su Alfa se levantó de su lugar y acunó su rostro entre sus manos para poder limpiarlo.

—¿Y eso te ayudó?

—Demasiado, creo que de no ser por eso vos y yo no estaríamos donde estamos ahora... ella quería conocerte.

El Alfa sonrió un poco. —Algún día iré a Rosario a hablar con ella.—Se inclinó a besar su frente. —¿Entonces sugieres que los cachorros y yo vayamos a Guadalajara para poder soltar eso?

Asintió. —Sé que al principio suena como una boludez, pero confío en que los ayudará... y aprovechemos ahora que están suspendidos y vos y yo estamos libres. —Acarició el cabello del mayor. —Y no irían solo ustedes, pelotudo, ¿pensabas dejarme solo aquí?

El reclamo hizo sonreír más al Alfa. —Bien, bien, serán como unas vacaciones, solo espero que no me manden a la chingada cuando se los sugiera.

Lionel soltó una risita. —Te he dicho por años que si alguien te manda allá, no vayas y listo.

—Ya ni siquiera lo voy a intentar. —Lionel rió más fuerte. Pasaban años y el Omega aún no entendía del todo los modismos mexicanos, o solamente quería hacer molestar a su marido.

The Family JewelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora