6.- Llegada

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Lo que les quedó de camino fue tranquilo y con Julián a medio dormir luego de haber regresado su desayuno, llegaron a la ciudad con la cual estaban tan familiarizados que ya nada les sorprendía del todo.

—¿La casa de los abuelos queda cerca de donde siempre nos quedamos? —Preguntó Diego, inclinándose en su asiento para poder asomar su cabeza hacia donde estaban sus padres.

Guillermo solamente rió. —Sí, seguramente una casa de solo dos habitaciones estará cerca de una zona fifi...

—¿Vamos a ir a un barrio pobre? —Intervino Kevin.

—Kevin. —Reprendió el argentino. —¿Qué les dije sobre esos comentarios?

—Sus juntas usan demasiado esa expresión. —Delató Diego.

—Sea como sea, no iremos a un lugar peligroso si eso les preocupa, solo es algo a lo que ustedes no están acostumbrados. —Cortó Guillermo de inmediato. —Y por lo que más quieran evítense comentarios como esos mientras estemos ahí.

Continuó conduciendo y la camioneta permaneció en silencio; les llevó por un camino que los cachorros no conocían y que Lionel recordaba de manera muy, muy vaga o quizás solo era imaginación suya.

No era una colonia fea, lo típico: baches, topes a la mitad, un puesto de dulces en una esquina y probablemente un tamalero pasaría más tarde.

Estacionó la camioneta frente a una casa celeste ubicada en una esquina, con puerta de metal ligeramente oxidada y solamente dos ventanas, inclusive Lionel la miró de manera... peculiar.

—Despierten a Julián en lo que yo abro. —Ordenó al terminar de acomodar la camioneta y bajar.

Lionel y los cachorros se vieron angustiados, ojalá la casa luciera mejor por dentro que por fuera; Diego le dio un codazo a su hermano y este en medio de un quejido despertó, el Omega ganándose una mala mirada de su madre.

—No me puedes mirar mal, hice lo que me pediste. —Se defendió.

Bajaron de la camioneta, Guillermo ya había abierto la casa y esperó a que ellos entraran, ninguno quería hacerlo, ni siquiera Messi.

El Alfa los miró mal. —No es una casa de terror, exagerados.

—No tiene mosaico...

—Por lo menos no habrá que limpiar el piso con trapeador... —Intentó verle el lado positivo Julián.

Guillermo rodó los ojos y tuvo que pasar primero para demostrarles que ese lugar era habitable, pero ahora sí se reprendía por tener tan consentida a su familia, ahí tenía sus consecuencias y lidiaría con ello casi una semana.

Los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas que no lucían cubiertas de polvo dado que Guillermo no mentía al decir que pagaba por el cuidado de ese lugar; la cocina, comedor y sala se ubicaban en el mismo pasillo que no era más largo de diez metros, al final y al principio de este se encontraban una y dos habitaciones respectivamente.

—No, no hay ratas aquí, así que bájenle e instálense.

—Guille, hay demasiado polvo aquí. —Se quejó Lionel, era quizás el único pero que le veía a ese lugar.

—Un cubetazo y a tallar el piso, nosotros podemos hacer eso, que los cachorros solo quiten las sábanas de los muebles y sacudan las camas, quizás tengan arañas. —Miró a sus hijos, dándoles a entender que no era una sugerencia.

Lo dijo como si fuera lo más sencillo del mundo, claro que para él y su esposo era, pero sus hijos eran otra historia, difícilmente sabían sacudir una cama.

Guillermo ya se había alejado junto a Lionel a lo que presumían era como un patio pequeño de ese lugar con lo esencial: un lavadero, una cubeta de plástico vieja, una escalera que daba a la azotea y una escoba que lucía más desordenada que el cabello de Ochoa cuando lo deja crecer de más.

—¿Cuánto crees que tarden en gritar por ver una araña? —Le pregunta el mayor al argentino, recibiendo una risa en respuesta.

—Le tenés poca fe a los cachorros. —Él tampoco se las tenía.

—Sé que no son unos malcriados, solo son demasiado mimados... —Soltó un suspiro. —Estar aquí con suerte les ayuda a más de una cosa.

Mientras lo escuchaba, Lionel veía ese pequeño lugar con curiosidad, se veía más descuidado que el interior pero funcional aún. —¿Vos jugabas aquí, Guille? —Preguntó viendo una pared de ladrillos rayados obviamente, por un infante.

—Eh... sí, viví aquí unos años hasta que mi papá se arregló con el suyo, o eso me dijeron. —Se encogió de hombros. —Pasé el kínder en este estado, luego nos fuimos a la ciudad.

—No sabía que mi suegro discutía con su viejo. —Lionel detuvo su curiosa mirada hasta que vio al mayor llenando aquella cubeta con ayuda de un recipiente y la llave del lavadero.

—¿Querías oír eso en una cena familiar? Sé que adorabas chismear con ellos, pero hay ciertas cosas que ni siquiera entre familia podíamos decir. —Guillermo se negaba a ver al Omega, se estaba comportando algo extraño desde el inicio de esa conversación.

Lionel se acercó a tomar su mano y besar sus nudillos. —Guille, solo recuerda que este viaje también es para vos, y si en algún momento querés hablar podés decírmelo, ¿sí?

El Alfa le sonrió y se inclinó a dejar un beso en su frente. —Perdón... me da demasiado sentimiento volver aquí después de mucho tiempo.

—Me lo imagino, pero será lindo conocer un poco de donde creciste, nunca me quisiste contar sobre eso. —Le reclamó, haciendo reír al mayor.

Y Guillermo tenía razones de más para no hacerlo, pero le aterraba hacerlo.

Para cuando la cubeta estuvo llena y se dispusieron a entrar, a medio camino la mitad de su contenido terminó en el piso cuando el Alfa se sobresaltó por escuchar un grito.

Tardaron más de lo esperado.





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me maman los problemas/dramas familiares, por eso el cambio de nombre.

aclaro que es drama más no angst.

The Family JewelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora