Nunca tuve tanta fe en el amor o en los milagros.
Nunca quise que mi corazón lo aceptara,
pero nadar en tu amor es algo espiritual.
Bruno Mars- Locked out heaven
Mientras daba la ceremonia religiosa de la noche del domingo, Mark notó que el rostro de Donghyuck estaba sanando, estuvo cincuenta y cinco minutos impartiendo un sermón sobre el amor al prójimo, esperando que aquellos muchachos, Yuta, Jungwoo y Chenle, aprendieran algo y no volvieran a golpear a nadie. Era la misa más larga que había dado hasta ahora, pero a juzgar por el hecho de que ninguno de los agresores se había acercado a comulgar, el sacerdote pensó que había valido de mucho.
Al finalizar la ceremonia, la madre de Donghyuck buscó a Taeil para comunicarle lo feliz que estaban en casa, debido al trabajo que Mark realizaba con su hijo. Hace poco había sido asaltado y herido, pero eso no tenía nada que ver con las conductas inapropiadas que demostró tener en el pasado. Mark aprovechó que la atención estaba puesta sobre su compañero y se retiró a la oficina para quitarse la casulla verde, quedándose en su pantalón negro y su camisa blanca de manga larga, un rosario colgaba de su cuello. Donghyuck entró sin llamar a la puerta.
—Wow, sin el disfraz de clérigo usted también es atractivo. Eso significa que en verdad es apuesto y no se trata solo de mi fetiche —le soltó con una atrevida sonrisa.
—Bendito loco, ¿ahora qué vienes a decirme? ¿No me irás a pedir que me ponga de nuevo la casulla? —respondió levantando las manos con sus palmas unidas como en una súplica al cielo. Donghyuck arrugó su ceño.
—¡Puaj! Podrá estar vestido como un hombre pagano, pero siempre habla como un santo.
—¿Cuál santo? ¡¿Cuál?! Si los santos fueran como yo, hace ratos hubiera dejado de existir la doctrina católica.
Donghyuck se rio antes de acercarse a él con la confianza de saber que esa vez no sería rechazado.
—No sé si es un santo o no, pero por usted, Mark, yo me pondría de rodillas —dijo antes de sujetar el rosario bendito que colgaba del cuello del sacerdote y tirar de él en un gesto dominante. El clérigo estaba a punto de abrazarlo con todas sus fuerzas porque Donghyuck había empezado a introducir su lengua más adentro y eso lo volvía loco, pero escuchó que llamaron a la puerta y en menos de un segundo estuvieron casi a tres metros de distancia.
—¡Adelante! —se apresuró a responder el sacerdote.
El monaguillo de diez años de edad, entró cargando —a duras penas— una canasta llena de monedas. Donghyuck lo miraba muy atento.
—Traigo la ofrenda de la misa, dijo el padre Taeil que usted la guardaba...
Mark colocó la canasta sobre el escritorio.
—Gracias, Gary, fuiste muy amable en traerla.
—Ya me voy para mi casa, padre —anunció con inocencia.
—Ve con Dios, hijo mío —respondió atento, haciéndole la señal de la cruz sobre la frente—. Eres un buen niño, Gary, llamas a la puerta antes de entrar, no como otros...
Mark cerró la puerta tras de Gary.
—¿Así que soy un niño malo? —preguntó Donghyuck sentándose en la silla grande de aquella oficina— Castígueme, padre.
—Donghyuck —suspiró—, ¿qué voy a hacer contigo? —Mark se sentó en la silla pequeña y observó cómo su acompañante abandonaba el asiento para arrodillarse frente a él, recostando la cabeza en su regazo.
—A mí se me ocurren muchas cosas que podría hacerme.
—Aún hay gente allá afuera —susurró.
—Entonces volveré cuando no haya nadie.
—No me refiero a eso, lo que quiero decir es que... Bueno, ¿ahora qué es lo que pretendes?
Donghyuck se levantó y se dirigió hasta la puerta.
—Puedo decírselo a las doce de la noche. No cierre la puerta del templo, Mark —dijo antes de marcharse.
No iría, claro que no iría, por supuesto que no iría a encontrarse con Donghyuck en el templo como si aquel lugar santo fuera una casa de citas. Definitivamente, ese hombre estaba loco. Él lo quería mucho, pero no podía dejarse ir tan fácil. No. Esa era su decisión. No ir. No. No y no.
A las doce de la noche, Mark entró con cuidado como si fuera un ladrón buscando a Donghyuck por todo el templo.
—Por aquí —susurró el rebelde, cerca del confesionario—. Esta caja me trae bonitos recuerdos. —Mark recordó cómo se habían comido a besos allí dentro. Donghyuck lo abrazó.—Estoy feliz de que viniera... de noche el templo es tenebroso... Siento que el diablo me espía.
Mark se santiguó, las palabras del joven le pusieron los vellos de punta, o acaso el sentimiento de culpa empezaba a carcomerlo en forma de sombras demoníacas.
—Dios nos acompañe.
—Mejor que no nos acompañe nadie, no quiero público para lo que voy a hacer.
—¡Donghyuck! Sinceramente he llegado a plantearme que pecas más con tus palabras que con tus actos y es mucho decir si consideramos cuáles son tus actos.
El joven rio, divertido. Mark casi imita el gesto, intentando no pensar en lo mucho que le gustaba ese sonido. Luego, a órdenes del joven, esperó en una banca cerca del confesionario en tanto Donghyuck se había encerrado en esa especie de caja que tantos pecados había oído, y presenciado, también.
—«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones... —pronunció el sacerdote en un susurro las palabras del Salmo 51 que ahora tanto le servían— Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado».
Cuando Donghyuck salió del confesionario, estaba vistiendo el traje de uno de los monaguillos. Mark no pudo abrir su boca un poco más de lo que la tenía.
No era que le sorprendía que le quedaran esas ropas... No era que le impactaba el descaro de Donghyuk para usarlas... No era que pensara que aquella situación era demasiado loca... No era que en el fondo sintiera más atracción por ese monaguillo que por cualquier otra cosa en el mundo... Era por todo lo anterior, junto a la mirada falsamente tímida de Donghyuck que bajaba sus ojitos y con ese gesto a la vez le hacía una invitación...
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RELIGARE I [Fanfiction NCT- MarkHyuck/JohnHyuck]
FanfictionMark Lee ha respondido al llamado de la fe, por lo que ahora es un sacerdote católico apostólico recién salido del seminario. Después de su segunda misa en la provincia en la que fue llamado a servir, recibe el encargo de una de sus feligresas: «Ayu...