Capítulo 4

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4

You can have it all, but How much do you want it?

Trasteando en la cocina preparo una cafetera, necesito café para ser persona. Cuando he mirado el reloj y he visto que marcaban las seis y cuarenta y siete de la mañana no he podido seguir metida en la cama. Suelo moverme por el pequeño espacio rápido y sin pensar donde está cada objeto, sin embargo, hoy apenas he pegado ojo. Parece que un duendecillo se divirtió en mis armarios y lo cambió todo de sitio.

Entre el alcohol y lo que sucedió en el Vanxay con Matt, el estado en que me encontró Austin y el mal momento de la cena con los Cliffort, sabía que tardaría en dormirme, pero no pensé que lo que me quitase el sueño fuese tener que sacar a mi hermana del calabozo.

Por muy insurgente que sea siempre ha sabido cumplir las reglas, por muy estúpidas que fuesen.

Casi sin darme cuenta, estaba metida en un coche con Nate. De camino a la mesa a por mis cosas, se detuvo frente a mí preguntándome si me ocurría algo y ya sea la mezcla de todo o el susto, solo recuerdo su voz:

—Dudo mucho que ahora recuerdes los procedimientos que hay que seguir.

Así contado parece que me bebí una licorería entera, que no ocurrió porque mi madre no me dejó. Aunque me fastidiase que tuviese razón, la tenía. Tantas emociones juntas y el hecho de no tocar el derecho hace tiempo no me convertían en la mejor ayuda. No me acuerdo las formas de cómo se lo dije, pero si recuerdo a la perfección contestar que me iba con Nathaniel cuando Matt le dijo a Nate que le esperaríamos en la comisaría quince. Supongo que en ese momento me daría igual ser correcta.

Para colmo, al mirar la hora vi un mensaje de mamá diciéndome que mi padre quería vernos a mi hermana y a mí en el club.

Lo sabe.

El ruido del café listo me despierta, de la misma manera que los gritos de mi hermana quejándose por el escándalo que los cajones arman por todo el loft. Al pasar un trapo húmedo sobre la vitrocerámica caliente limpio el desastre que he causado.

«Joder, como duele».

Sí, soy idiota y me he quemado. Tras apagar el fuego y recoger la cocina me sirvo uno largo, sin azúcar, tengo que despertarme.

—No estás en condiciones de exigir tranquilidad —digo seria desde las escaleras que llevan a mi habitación—. ¡Y papá nos quiere en el club a las nueve! —grito apoyada en la barandilla, la cual da al salón-comedor.

—¡Qué! —gruñe subiendo raudamente con la cara desencajada—. ¿Qué quiere? ¿Te ha dicho algo? ¿Lo sabe?

—Es papá, seguro que lo sabe —planteo, dejando la taza sobre el aparador blanco junto a la cama.

—Me va a matar —dice dejándose caer sobre mi cama.

—Siempre puedes decirle que son cosas de universitarios —me burlo, en dirección al baño.

Al salir de una corta ducha que me sabe a poco, Greace todavía está tumbada en mi cama, dormida. Será posible. Qué facilidad tiene para dormir después de la que ha liado. Pongo el sonido de una bocina que encuentro por internet y la despierto metiéndole brío, porque cuando mamá manda un mensaje de parte de papá con una hora, quiere decir que tenemos que estar allí mucho antes.

En mi día a día no suelo usar maquillaje, con pintarme las pestañas bien potentes soy feliz, sin embargo, hoy lo necesito. La resaca no se arregla por medio de un simple café, por muy cargado que esté. Y ya no es solo tener que maquillarme para adecentar la cara de una mala noche, sino que tengo que arreglarme para acudir al despacho de Austin. Un sábado. Genial. Qué buen día me espera y recién acaba de empezar.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora