Capítulo 5

111 42 97
                                    


5

Todo un gentleman

Asomándome por la ventanita donde atienden sin necesidad de entrar a La Esquinita, le pregunto a José cuanto rato lleva el chico rubio que está sentado de espaldas al ventanal, al decirme que bastante, le pido que anote su pedido en mi cuenta. Con el entrecejo fruncido que le da ese toque de dureza, da vueltas a la taza que tiene delante en busca de alguna respuesta, mostrando un ápice de reflexividad en su rostro.

—¿Por qué has pagado? —le oigo decir, unos pasos por detrás.

—En agradecimiento —me volteo.

No puedo ver la expresión de sus ojos, pero sus labios esbozan esa sonrisa que nunca deja ver sus dientes. Asiente a la espera de otra por mi parte, antes de preguntar a dónde vamos.

—Iba a ir a tu despacho, así que vamos a un lugar más tranquilo.

Ya a mi lado, recorremos sin prisa las tres calles que hay desde la cafetería hasta mi apartamento, deteniéndome en las tiendas a comprar algunas verduras y otros alimentos que se me terminaron. Poca cosa, pero tengo que aprovechar que me pilla de paso. Sorprendida por su paciencia, me disculpo, a lo que él responde que no hay problema.

—Nunca pensé que harías la compra tan elegante —declara con una media sonrisa cuando prometo que es la última tienda.

—¿Elegante un vaquero? —le miro frunciendo el ceño. Él gira su cara para esconder una risa.

Discutiendo por negarme a que coja la bolsa de tela que saqué del bolso en la primera tienda, llegamos a mi edificio. La señora Mercier, una señora muy llena de vida a sus noventa y tres años y su yorkshire malhumorado, salen del portal con sus constantes injurias hacia la humanidad, en particular a mí y a mi acompañante.

—Ya está —esbozo una sonrisa de disculpa al verlo con las manos llenas de mis cosas.

No parece molesto, al contrario, le divierte.

—¿Lo tiro? —duda cuando estiro las asas, indicándole que lo meta todo.

Al abrirse las puertas –¿ya? Nunca se me había hecho tan corto–, Austin mete las cosas en el bolso con sumo cuidado.

Después de guardar rápido la compra y dejar el bolso en la corta barra de roble que separa la cocina del resto del apartamento, me encuentro a Brandfont en la entrada, ensimismado en las vigas de madera que hay a la vista en el techo, acompañadas por la pared de ladrillo escondiendo la escalera que combina con la zona de estar. Tirando las llaves en la alacena blanca anclada al ladrillo, repito que puede pasar. Antes de quitarme la gabardina para colgarla en las perchas que están junto a la puerta, señalo el hueco que da al salón, algo indeciso por fin entra.

Al volver al salón después de coger las libretas del bolso, reparo en el paso atrás que da al pisar la alfombra blanca y gris sin dejar de examinar el resto del loft.

—¿Qué te hace tanta gracia? —hastiada me apoyo en la barandilla de la escalera.

—Me lo esperaba desordenado —confiesa con un tono jocoso. Dándose la vuelta me mira ya sin sus gafas.

—El bolso de una mujer no muestra cómo es esa mujer —recuerdo el paquete de pañuelos sucios cuando sus labios hacen un amago de curvarse hacia arriba—. Bueno, tal vez —reconozco algo avergonzada—, ahí tienes jabón —señalo el fregadero.

Mientras Austin se lava las manos pongo el móvil a cargar junto al mueble de la televisión, tras rechazar algo para tomar le invito a sentarse donde prefiera. Acomodando uno de los cojines, se sienta en el borde del cheslong gris oscuro que destaca entre las líneas y formas geométricas pintadas de color rosa pastel, nude y gris de las paredes combinadas con el celeste de los armarios de la cocina. ¡Venga, otro ahí con las piernas bien abiertas! Dirigiéndome de espaldas a él, para que no vea mi expresión, me siento en el reposapiés que hay junto al sofá.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora