Capítulo 29

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And I'm headed for breakdown

Parada frente a la puerta de mi edificio veo salir a Viviane, lleva su bata colorida a juego con el pijama y el perro, nunca le falta el perro, respiro profundo, no me apetece encerrarme en casa. Allí solo tengo dos opciones: dar vueltas en la cama o beber, y no tengo alcohol. Puedo ir a casa de Eleanore.

«Uf no, solo tiene anís».

Echo un vistazo a los bancos que hay a unos metros junto a los jardines descuidados y decido sentarme a la vez que me tapo las piernas con la chaqueta, en cuanto dejo los zapatos a mi lado no puedo evitar sonreír al recordar los gritos de Kev pidiéndome que no ande descalza por la calle. Cuando empecé a recuperarme creía que sería el primer hombre –o segundo si Patrick me pillaba más cerca- con el que volvería a tener relaciones y estoy empezando a creer que tiene razón, que todos la tienen. Todavía no he superado a Matt. En el momento que le conocí pensé que sería el único hombre con el que me acostaría por el resto de mi vida y tal vez hay un rincón de mi mente que lo sigue pensando.

Me va a explotar la cabeza.

«Y a mí me la va a explotar ese ruido, ¿no lo oyes?»

Sí, pero me da igual. Consigue callar mis pensamientos.

«No los está callando».

Abro los ojos en busca de ese estruendo y me encuentro a alguien cubierto por una capucha, insistentemente toca el telefonillo del edificio.

—¡Eh, para! —Llamo su atención a la par que silencio el ruido.

«Gracias. ¡No! ¡Qué haces! ¿Y si es un psicópata?»

Es un joven, un adolescente, su flequillo negro cubre sus ojos oscuros y una cara marcada por alguna marca vieja de acné. La sudadera negra holgada no esconde lo delgado que es. Casi parece un mini Kevyn.

«¿Será algún hijo secreto?»

¡¿Qué?! No.

«Si».

No puede ser.

«¿Por qué no?»

—¿Sabe si Viviane Mercier está en casa?

«¿Sabe? Me he ofendido».

—No son horas de molestar a una señora mayor, ni a nadie.

No sé qué hora es, pero al entrar en el estudio el reloj marcaba las doce y once, así que no son horas. El chico guarda su mano en el bolsillo con la cabeza gacha retrocediendo los pocos pasos que dio hacia a mí, sin que el gorro siga su movimiento menea la cabeza de lado a lado, pensando en sí seguir ahí o ir en busca de la vieja.

—¿Necesitas ayuda? —Elevo el tono lo justo para que pueda oírme.

—No —musita más con la cabeza que con los labios.

De repente rauda y veloz como si quisiera ocultar algo aparece Viviane, durante unos segundos charlan sin que ella le deje hablar hasta que le ordena callar indicándole entrar rápido.

«Entra con ellos».

Y que me muerda el perro, paso.

«No llevas llaves».

Claro que sí, están en el...

—Mierda —maldigo—. ¡Esperen!

El joven sujeta la puerta bajo la desaprobadora mirada de Viviane.

—Gracias —le sonrío al ver su sonrisa con brackets—. ¿Algún problema, señora Mercier?

Tan insistente como lo fue el joven con el telefonillo presiona el botón del ascensor mientras su perro gruñe lo que sus pensamientos piensan, y entiendo perfectamente que no hay hueco para mí. Alentándoles a subir me dejo caer en el tercer escalón, saco todo el aire de mis pulmones creyendo que así apareceré de repente en mi cama, dormida y a punto de despertarme cuando suene el despertador que no voy a poner. Y para colmo tengo que desmaquillarme, y ni siquiera sé dónde está mi bolso. ¿Lo llevaba en el taxi? No me acuerdo y no me apetece ir al estudio a averiguarlo. Puedo dormir en el sofá.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora