Capítulo 26

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No te oigo con tanto ruido

—¡Otro! —Le grito a Fernando antes de beberme el chupito que me acaba de servir junto a un Martini con limón.

Es la segunda copa y el cuarto chupito que me meto al cuerpo...

«Sexto».

¿Sólo seis?

—¡Que sean dos, Nando! —Muestro dos dedos después de dar un sorbo.

Sin separar los labios del asqueroso trozo de cartón muevo los hombros y la cabeza al son de la música.

«Y encima con pajita que sube antes...»

—Sid, es lo último que te sirvo —me advierte por segunda vez tras fingir que no le escucho por culpa de n.

Me tomo los dos chupitos sin coger aire entre uno y otro y observo a la gente de mi alrededor bailar Pégate, mientras me bebo la copa que me tiene que durar el resto de la noche. Una pequeña tarima con luces debajo de las baldosas transparentes está lleno de parejas que se menean más rápido de lo que yo vacío el vaso, todos bailan acompasados, los pies y las caderas de las chicas se zarandean de tal forma que parecen de goma, se mueven exactamente al mismo ritmo que las notas musicales las cuales no sé si son bachata, salsa, merengue o una mezcla de todo.

«La que ha mezclado eres tú».

Aunque me defiendo cuando Telmo me saca a la pista de baile, este no es mi ambiente y mucho menos ayuda la minifalda roja de cuero, sin contar que el jersey de punto de rayas rojo y otros colorines que llevo encima de una camisa negra me está dando un calor asfixiante.

«El calor es el alcohol».

Si claro, eso va a ser.

Sinceramente, ambas sabemos que estoy aquí como excusa para beber mucho muchísimo sin sentirme culpable, mi semana ha sido una auténtica mierda que empezó en Brandfont Enterprise y terminó por las ilusiones que me hice el viernes pasado. Gracias a haber pululado por la oficina pude observar sin ser vista a todos los que están en mi diana, pero que Austin diese sutilmente la orden de que tenía que trabajar en acondicionar las salas cada vez que él o el resto de abogados con ciento y la madre la necesitasen, como si fuese una secretaria o una becaria... Pues mira, no. Donde más he tenido que estar es la sala esa oscura que me amarga más que un plato de pasta sin queso. He acabado de la empresa hasta los mismísimos ovarios, ¡y sólo llevo cuatro días! Aunque te digo que tal vez me haya ganado ese trato puesto que en dos ocasiones -que yo sepa- me pillaron en modo vago y haciendo el tonto: primero me encontraron tirada encima de la mesa con el móvil, en mi defensa te diré que cuando una abre el Tetris se queda empanada, y la otra lanzando los documentos mientras imitaba a Brandfont como el día de ni entrevista.

—¡Qué quieres de nosotros! —Digo con la voz gruñona de Austin contagiándome mi propia risa.

«Ya vas muy borracha, la noche será larga».

¡Cállate ya, Costillitas!

«¿Costillitas? La noche no será larga, será eterna».

El miércoles no me quedó otro horario más que a última hora de la tarde para asistir al Embox, ahí me encontré a Greace y Maddie que salían de la clase de kick boxing, en cuanto Mad preguntó si todavía seguía Nate el cuerpo se me removió, no estaba de humor para revivir mi fantasía del lunes, y menos siendo la única persona que alegró un poquito mis días únicamente con el intercambio de unos mensajes donde me comunicaba que tal y como expresó, había donado la misma cantidad tras haberla declarado, también añadió que no sé podía sacar de la cabeza los calcetines que podría haber llevado debajo de las botas rosas. Antes de entrar me pasé, otra vez, por la papelería a preguntar si le habían dado al desconocido el papel que dejé el día anterior para él: se lo entregaron y eso me cabreó mucho. ¿Por qué no me llamaba? Esa pregunta resonaba en mi mente en todo el entrenamiento. Una y otra vez. Sin encontrar explicación. Ni siquiera quise escuchar música, no quería animarme con ella, solo buscaba una respuesta que ahora ya sé que nunca tendré. Después de haber ido hasta la papelería durante toda la semana incluso sin tener nada que hacer en Staten Island, el tío del chico de ojos grises me dijo educadamente pero contundente que dejase de acudir allí porque su sobrino no quería verme.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora