Capítulo 3

149 52 149
                                    

3

Game over, if no one picks me up

De forma prudente me acerco al lugar donde se encuentra Matt, con los hombros caídos descansa los brazos en la barra como si tuviera una mochila llena de piedras. Cansado. Agotado. Malhumorado. Apoyando la espalda en el frío cristal mareo los hielos de mi vaso con la pajita, sin decir nada espero a que levante la cabeza.

—Hola —digo, cuando me mira enseñándome su perfecta dentadura.

—¿Qué haces en este sitio? —Pregunta serio.

—Nada —miento desviando la mirada un segundo—, ¿tú?

—Nada —sonríe de nuevo, enderezándose.

Con un suspiro, su rostro vuelve a ser serio. Tal vez le hayan llamado la atención a través del invisible pinganillo que lleva en sus misiones.

—¿Estás aquí por lo de las chicas? —interrogo curiosa.

—Puede.

—Entonces necesitarás ayuda —digo haciéndole olvidar lo que le haya cabreado.

—¿Ayuda? —arquea una ceja, tan habitual en él. Un gesto que siempre me gustó.

—Se te nota —asomo las pestañas por encima de mi pajita.

—¿El qué se me nota? —acercándose a mi oído, posa su mano en mi cintura.

—El qué —río—. Anda, pide algo y paga con cincuenta —anonadado, me mira.

Al no entender por qué debería pagar una simple birra con un billete tan grande, empezamos un juego tonto y divertido que nos saca de cualquier responsabilidad para con nuestros trabajos. Cuando consigo convencerle gracias a mi mirada de gato de Shrek llama a la camarera. Había ocasiones que poner cara de perrito pachón no funcionaba, tal vez sea la nostalgia o la ilusión de que parezca que todo vuelve a la normalidad.

Sin escuchar la música techno que suena, para meter en mi cabeza Feeling Good y volver a los dieciséis de mayo bailando en cualquier azotea de la ciudad o en nuestros salones, incluso en la habitación de un hotel de Copenhague. Daba igual quien nos la cantase, siempre que nos la cantasen. Esas primeras notas hacen que me meta en nuestra burbuja pegada con mucho celo. Como si nunca hubiésemos estado separados.

Los altos tacones me ayudan a estar a la misma altura de sus ojos verdes, que me hipnotizan bajo las tenues luces cuando me miran después de pedir su cerveza favorita.

Me abraza tan fuerte que mi instinto guía a mi brazo a rodear su cuello, con mis dedos enredados en su corto cabello me empiezo a relajar, saboreando la sensación de su cuerpo presionado contra el mío y ese olor... Madre mía. Ese olor húmedo, profundo y fresco que puede llegar a transportarte a un bosque con sus cortezas de árbol y sus hojas secas, con un punto hogareño que te hacen sentir como en casa.

Mi casa. La casa que destruyó un tornado.

Mi corazón se acelera cuando me mira, provocándome un estremecimiento en cada parte de mi ser. Se ríe para después mostrarme una sonrisa tan pícara que me hormiguean los dedos de los pies.

—Estate atento, no te distraigas conmigo.

—Es difícil no distraerse —sus palabras acarician mi oreja.

Un delicioso escalofrío me atraviesa el pensamiento.

Para evitar provocar algo de lo que más tarde me arrepentiré, me centro en el cambio que la camarera trae, con su brazo todavía en mi cintura cuento el dinero.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora