Capítulo 32 | Parte 1

2 0 0
                                    


32

Parte 1

It's where my demons hide

Un dolor me taladra la cabeza provocando que abra los ojos, la luz natural que llega desde alguna ventana me obliga a pestañear un par de veces, antes de darme cuenta de que toda la charla que Austin y yo hemos tenido es real. No han sido imaginaciones ni fantasías. Ni sueños ni pesadillas. Por miedo a despertar al hombre atrapado por el cojín y mi cabeza o no saber cómo enfrentar una conversación si se encuentra despierto, observo mi perspectiva con elementos de ladrillo, metal y cristal: hay una alfombra de colores azules y amarillos bajo la mesita de cristal llena del agua que me ofreció, algunos libros, tres mandos a distancia y un teléfono fijo negro; frente a mí una pequeña chimenea encendida, que no sé en qué momento se encendió. Está encajada en una barra larga de hormigón que se une a una pared repleta de libros, la cual separa lo que haya junto a la cocina de esta estancia.

El peso que siento en mi cuerpo desde que desperté no es por el cansancio ni forma parte de la resaca, a pesar de estar tapada con la manta percibo en mi espalda el calor que el brazo de Austin desprende y la leve presión que su palma ejerce para sujetarme, incluso dormido su fuerza sigue intacta. Aunque pesa, también me calma. Volteo teniendo la mayor delicadeza del mundo para deshacerme de su brazo sin despertarlo, pero es en vano, solo consigo que la situación se vuelva más íntima cuando su mano queda sobre mi abdomen. Parece que su subconsciente no me deja marchar. Perdida en las vigas de madera se me escapa una sonrisilla, es como si estuviera mirando el techo de mi casa, sin embargo, no olvido donde estoy, así como tampoco puedo olvidar lo que pasó justo antes de acomodarnos y cerrar los ojos. Suspiro tras suspiro se me viene a la mente ese instante en que casi nos besamos. Ese instante en el que quise besarlo.

Ambos quisimos besarnos. Lo sé. Lo sentí. Él también lo sabía, también lo sintió. Y ninguno nos atrevimos a dar ese paso.

Mis ganas de ir al baño aumentan y el sonido de mi estómago rugiendo se alían con el dolor de cabeza para hacerme huir de un sitio en el que, por desgracia, me siento cómoda y libre. Libre de dar explicaciones por mis actos o mi estado. No sé qué ocurrió antes de despertarme en la cama y por mucho que lo intente creo que me costará recordarlo, pero desde que me senté aquí junto a Austin no me preguntó el motivo por el cuál aparecí en su casa tan borracha y porqué en su casa. Sólo le preocupaba si estaba bien. Jamás lo habría pensado de él, tal vez haya llegado su hora de madurar.

Quito la vista del techo y le miro, se le ve plácidamente dormido; sus labios están separados dejando entrar algo de aire que le provoca un suave ronquido, no es molesto ni tormentoso más bien es dulce. Todo lo contrario a su forma de ser.

—¿Por qué ahora, Brandfont? —Musito casi para mis adentros—. ¿Por qué no has sido así siempre?

«Pregúntaselo».

¡Costillitas, sigues viva!

«Y tú».

Touché. Me merezco esa respuesta.

Convertida en ninja retiro el brazo de Austin e incorporándome lo acomodo suave en el cojín que usaba de almohada, sentada, hago aspavientos delante de su cara para comprobar que sigue dormido. Manteniendo las ganas de sostener su mentón igual que hizo él, me apoyo sobre mi mano con el codo apoyado en el respaldo y le observo embobada: su ceño fruncido ha desaparecido y su rostro está relajado, siempre fue muy guapo, lo cortés no quita lo valiente. En nuestra adolescencia era el chico más guapo y también el más estúpido: el graciosillo de todos, al que todos los demás seguían, incluso varias de las chicas que solo se juntaban al grupo masculino para, en cuanto pudieran, perder su virginidad con él. En esos momentos no me quedaba de otra que compartir espacio, cuando tuvimos la madurez suficiente para acudir a los actos en vez de estar escondidos para no hacer pasar vergüenza a nuestros padres, dejé de compartir espacio con ellos. Algunas ocasiones nos cruzábamos, pero como si fuésemos desconocidos.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora