Capítulo 17

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17

Tu sonrisa nunca debería estar escondida

Entre comentario y comentario vemos el resto de pinturas y se le ve un apasionado del arte, habla con entusiasmo de cada pincelada, de cada trazo, del toque que el artista logra dar a cada color al mezclar varias tonalidades. También comentamos, por petición suya, lo que nos hace sentir la pintura al verla. Sus gracias y su simpatía consiguen que olvide mi mierda de noche y las ganas que tenía de beber.

—¿Y qué haces aquí?

—Mi mejor amiga me preparó una cita a ciegas —tuerzo el morro.

—¿Y dónde está? —Mira a mi alrededor—. No estará ahí escondido —señala el bolso que llevo cruzado.

—Mejor no saberlo —susurro.

—No será ese que se cree Thor —baja su cabeza para hablarme al oído.

Su ocurrencia me saca una escandalosa risa convirtiéndonos en la diana de todas las miradas que nos rodean, hay un instante que su semblante se vuelve serio, pero no sabe mantenerlo. Entre risas me da el pésame por mi cita y provoca que volvamos a ser el centro de todos, ¿por qué es tan chistoso? Este no es un lugar para reírse a carcajadas. Al devolverle la pregunta de qué le trae a esta exposición, me explica emocionado que ha venido a hablar con la galerista para exponer sus obras. En el momento que le comento que tiene toda la lógica del mundo ese entusiasmo y ese brillo en los ojos al interpretar cada obra, reconoce que, de algún modo también ve en mí una entusiasta del arte. Le cuento que, aunque sé dibujar en papel, comentario que le hace gracia al acordarse de los folios, y que soy incapaz de pintar un cuadro, mi abuela paterna es profesora de dibujo en la universidad.

En plenas historias fraternales, se disculpa después de que una mujer elegante le llame invitándole a entrar a un despacho, le contemplo alejarse, porque sí, porque no es el cotilla que me encontré en la papelería. Me estoy divirtiendo. Mejor él que Thor... Una risa sale de mi al acordarme del mote que puso al troglodita cuando a mi lado aparecen las tres personas con las que empecé la noche. Risueña, Vikki me dice que parezco idiota riéndome sola, alegre le contesto que ella me dejó sola.

Escuchando la misma cantinela de dónde ir a cenar, veo al desconocido recorrer la nave a toda prisa hacia la salida. Su eterna sonrisa ha desaparecido y sus ojos gris oscuro parecen disgustados. Sin pensármelo dos veces me despido rápido de Vikki y salgo del local, no ha ido bien esa entrevista, y de alguna manera siento que tengo que acompañarle y devolverle todas las risas y bromas que me entregó.

Una vez piso la mojada acera, miro en todas las direcciones en busca de esa cabeza alta. El alivio invade mi cuerpo al encontrarlo detrás de un grupo de jóvenes, apoyado en la pared mira el techo que le resguarda de la lluvia. Me gustaría acercarme con un chiste tonto que le haga sonreír, pero en este instante no se me ocurre nada.

«Porque no eres graciosa».

Disimuladamente imito su postura, sin conseguir nada sigue inmóvil mirando el techo. Aunque apenas hay luz, puedo ver un atisbo de rabia en su cara. No lo conozco, pero su forma de hablarme dentro me dice que no es habitual en él.

—Le he dicho a Thor que deje de crear truenos.

«¿Qué mierda es esa?»

—Tenía que intentarlo —me encojo de hombros cuando me echa un vistazo rápido. Seco, hosco, agrio.

—¿De verdad? —Me mira sin separar la cabeza de la pared.

Esa ingenuidad me parece tan tierna que me hace sentir culpable, lamentándolo niego haciéndole sonreír. La lluvia aminora a la vez que su enfado y mis tripas empiezan a rugir.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora