Capítulo 23 | Parte 2

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Parte 2

I'm fighting for you till the towers they fall


Bim-bari-bom-bom, bari-bom-bom...

Lalalalalalalala... Por ahí viene el Lo Lololololololo... Lalalalalala...

Get Down, get, down...

Da-da-da, da-da, da-da da-da... We have problems... Domingo en fuego...

Thunder, thunder, thun-thunder, th-th-thunder, thunder...

Y así está mi mente, metida en su propio universo canturreando un popurrí de canciones para animarme a correr en la máquina que he secuestrado. Toqueteo el panel en busca de más velocidad, obligando a mis ojos a desviarse de los hombros de Austin que prepara unas pesas junto a la barra de las dominadas -observándose en el espejo-. Lo sé porque de todas las veces que miraba el reflejo de su rostro nuestras miradas no se han encontrado ni una sola vez.

«Igual si nos ha mirado y tú no lo has visto».

En vista de que el capullo este no me da conversación, me pongo a hablar con el chico de al lado, así evito cualquier tentación que se le ocurra a mi yo interno. Sin saber si contestar me dice su nombre cuando le pregunto.

—Encantada Owen, soy Sidney —ambos estiramos el brazo para darnos un apretón de manos.

Por inercia miro al frente...

«No mientas, buscas atisbos de celos en Austin».

No. No voy a hacer ejercicio mirando a Owen, ¿qué quieres que me parta el cuello?

«Por el culo de Austin te doy permiso».

Das más dolores que un golpe en las costillas.

—Te llamas como la capital de Australia.

Ojiplática me paralizo sin saber si mirarle, a ver, no pretendo ser maleducada que entiendo que no todo el mundo sepa todas las capitales, pero procuro que mi cara de pasmo no revele que se equivoca. Le dedico una leve sonrisa y vuelvo a mirar al frente, desganada busco la reacción de Brandfont a lo sucedido. ¿Por qué? Pues porque quiero saber si lo escuchó y porque soy gilipollas. De cara a la pared que tengo a mi espalda se coloca una cuerda alrededor de la cintura de la que cuelga un disco. Ahora sí. Nuestras miradas se cruzan sin atisbos de nada, solo mueve su labio en una mueca a causa de la carga que levanta cuando de un salto se cuelga de la barra, el peso se balancea entre el hueco de sus piernas tirando de la cinta que presiona la tela marcando su aparato...

«Lástima no estar a solas».

No mires Sidney. Recuerda, no hay que follarse a capullos.

«¿Desde cuándo? A esos es a los que nos tenemos que follar».

Pero a este capullo no. Además, está...

«¿El chico sin nombre?»

Sí.

Vuelvo a aumentar la velocidad, concentrada en no pegarme la hostia del siglo delante del chico que cuelga de sus partes un peso sin esfuerzo a la vez que hace dominadas. Tras cantar mentalmente no sé cuántas canciones en una centrada únicamente en correr y no morir deshidratada, Austin se cubre con una chaqueta de chándal gris para después ofrecerme una botella de agua sin abrir, asiento soltando un sincero y débil gracias mientras se pone a manipular un panel de la pared en el cual no me había fijado, me invita a quedarme todo el tiempo que desee antes de despedirse cordialmente de ambos.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora