Capítulo 10

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10

There goes my mind

Después de mi noche de relax, desperté motivada por tener un caso nuevo -aunque no vaya a ganar dinero-. Mientras desayunaba mi sagrado bol de cereales en la mesa del comedor, investigué por internet sobre las apuestas deportivas y llamé a mis contactos recibiendo las mismas respuestas que por internet: secretismo absoluto.

El primer lugar al que fui en busca de información fue el Embox donde obtuve idéntica información que por teléfono, por lo visto mi padre ordenó que nadie hablase conmigo sobre el tema.

No obstante, aquí estoy, sumando una negativa más.

Al salir del último gimnasio de mi lista me detengo en la primera cafetería que me cruzo de camino al coche, necesito una dosis de café antes de seguir. En compañía del silencio que hay en el interior, observo a los transeúntes que vienen y van del parking en el que me encuentro. Es tal el hermetismo que rodea a ese deporte que no sé hacia donde tirar para ayudar a Quinn y Piers.

Frustrada por repasar mis notas una y otra vez sin encontrar una señal que me guíe pongo en marcha el coche para vincular la música del móvil, rompe la paz y me ayuda a pasar el rato mientras espero la llamada de Telmo, que prometió contactar conmigo si averiguaba algo de enjundia. Con los brazos apoyados en el volante me aparto el pelo de la cara, enterrando la cabeza entre mis manos pienso en todo a la vez que en nada. Ni el ritmo de los tambores consigue distraer a mi mente a mil revoluciones, hasta que el sonido de mensaje entrante las detiene en seco. Un suspiro sale de mi ser al leer a Vikki recordándome nuestra salida de hoy.

Con pequeños sorbos, contemplo a un grupo de chicas que ríen e inmortalizan el momento de meter la compra en un maletero más lleno de bolsas que de equipaje. Me hace recordar los días que mis amigas y yo llenábamos el coche de botellas de vino antes de salir a una escapada fugaz.

Otra vez el sonido del móvil irrumpe entre la música, éste sí es Telmo, me dice que no tiene tiempo de hablar y que solo pudo conseguir la dirección de Cropper, también manifiesta su preocupación por mí. Contesto con un gracias y le prometo que tendré cuidado. El barrio en el que vive Piers no es peligroso, pero tampoco tengo ganas de ir sola en busca de una información que puede que no encuentre.

«Seguro que Matt te acompaña encantado».

Paso. Seguro que me detiene por cualquier estupidez sólo para no investigar las apuestas. Tiene que haber otra opción.

«Hay alguien que se ofreció a ayudarte».

Al coger de nuevo el café del reposa vasos, agarro la tarjeta de Nate que lancé anoche cuando me la dio. Después de cómo me despedí ayer, no sé si es buena idea.

«Comete el puto orgullo».

¿Qué orgullo? Quien hizo comentarios fuera de lugar fue él.

«Por eso te dio su tarjeta».

También puedo ir sola.

«¡Ni de coña! No quiero hablar sola mientras tú estás tirada en una camilla. ¡Llama a Nate!»

¿De verdad es la única opción que tengo?

«Sí. No puede ser tan malo trabajar con él un par de horas».

En la tarjeta negra distingo su nombre completo: Nathaniel Finn Akerman, -efectivamente, escuché bien en comisaria- escrito en blanco y por el reverso, el logo de la empresa y la dirección: 777 3rd Avenue. ¡Madre mía! ¡Eso está en a tomar por culo! ¿Hasta Midtown Manhattan tengo que ir? Bueno, me pilla cerca de la oficina de papá. ¿Voy en coche? Mejor voy en metro.

Cuatro son multitud, tres no.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora