Huyamos juntos

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Los días siguientes fueron atareados para el personal del imperio, los sirvientes sorceri entraban una y otra vez hasta la habitación de la emperatriz, asimismo, incluso se dio la presencia constante de algunas cuantas brujas de las castas de hechicería y curación. [1]

Los murmullos al interior del palacio llegaron a los oídos del único sorceri habitante en él, muchos de ellos bordaban el tema reciente de la concepción del futuro emperador.

Para Miguel, escuchar hablar del tema y de todo lo que conlleva, le generaba sufrimiento sin cesar. No bastó con haber llorado toda la noche en que Francisco le confirmó que cumpliría su petición, sino también, incluso en esos momentos, recibía el recordatorio constante de esa noche de placer que tuvo su destinado con otra persona.

Esos días Miguel se encerró en su propia habitación para no tener que presenciar todo el ajetreo en el palacio. El emperador por su parte, al día siguiente de consumado el acto se fue de nuevo a sus viajes políticos-económicos, alejándose eventualmente de la ciudad imperial de Livádi, sin despedirse en el proceso de Miguel.

 El emperador por su parte, al día siguiente de consumado el acto se fue de nuevo a sus viajes políticos-económicos, alejándose eventualmente de la ciudad imperial de Livádi, sin despedirse en el proceso de Miguel

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Buenas noches, pequeño Cade. —dijo el mayor al hacer acto de presencia en su encuentro con Cadeon.

El mortal, quien esperó sentado en el césped unos minutos a su llegada, escuchó la tenue y apagada voz del sorceri, lo que hizo que levantará su rostro y evidenciara la mirada apagada con que era recibido.

El menor se levantó preocupado, extendiendo su mano hasta sostener con suavidad el rostro ajeno.

Miguel, ¿Estás bien? ¿Sucedió algo?

El recién llegado lo observó en silencio durante unos segundos, fue así, que después de evaluar la situación y el momento, decidió negar con su cabeza acompañando su visita con una amable sonrisa que no le llegaba a la mirada.

Estoy bien, pequeño Cadeon, no hay de qué preocuparse.

Cadeon no preguntó más, al ver como su salvador quitaba sus manos de su rostro y tomó asiento en el césped, del mismo modo lo siguió, pero esta vez, después de sentarse a su lado, tomó las manos de Miguel, quien al sentir el toque, tembló ligeramente.

Sé que no lo estás, no necesitas fingir conmigo. —por más que lo estuviera enfrentando, sus palabras eran tan suaves para los oídos del sorceri De todos modos, sabes que siempre voy a estar de tu lado.

La inocencia en sus palabras y toque, conmovieron a Miguel a tal punto, que sin poder contenerse a sí mismo, sus lágrimas volvieron a hacer acto de presencia en su rostro.

De esa forma, el consuelo que necesitó lo obtuvo por medio del niño que salvó hace unos meses.

Era una bendición pero también el fruto de su propio egoísmo.

Egoísmo [AU] | EcuPerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora