Pesadillas

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Después de acabar sus asuntos laborales en la institución educativa, Miguel se trazó[1] a su departamento.

Unos segundos después, el maletín que llevaba en su mano izquierda fue lanzado hacia el suelo, sin el más mínimo tacto.

Con la mirada turbada y confundida, Miguel abrió la tarjeta de presentación que yacía semiarrugada en su mano derecha.

Pastelería «Dulzura inmortal»
''Si consumes un postre, no querrás dejar de probarlo.''

Respostero: Francisco Burgos.
Número para pedidos: +593 xxxxxxxxxx

Miguel no terminó de leer cada parte de información que decía en la tarjeta. Solo necesitaba el nombre del local para sonreír con ironía interiormente.

«Así que eres un humano y repostero» Pensó.

Con la rabia y el dolor latentes, el sorceri arrugó aquella tarjeta y la botó a algún lugar del suelo. Inmediatamente después, agarró lo más cercano a él -una vasija de porcelana- y la arrojó también al suelo, haciéndola añicos en un instante.

— ¿Por qué? ¿Por qué de nuevo? — Susurró con una agonía cansina.

Su pecho se hundía con dolor, cada paso dado, era un infierno para lo que estaba sintiendo en esos momentos.

Arrojaba cada cosa que se topaba en su camino. Si bien estaba sumergiendose en su agonía y desesperación, era incapaz de soltar alguna lágrima. Lo único que hacían sus enloquecidos ojos era turbarse cada vez más.

Terminados los pasos que necesitaba dar, llegó hasta el cajón de su escritorio. De allí sacó una daga, sin dudarlo la levantó e insertó en su hombro. Con las pocas fuerzas físicas que tenía, la deslizó hasta su pecho, rasgando la piel en el proceso.

Gritó solo un poco. A pesar de que las paredes no dejaban pasar el sonido, a Miguel no le quedaba la suficiente fuerza para gritar. Así que no hizo más que aguantar el dolor, y se mordió el labio inferior hasta sentir el sabor metálico de la sangre.

Dolía demasiado, aunque no tanto como el peso de saber que Francisco había vuelto y el vivir en carne propia lo de hace miles de años.

Quitó la daga de su piel y volvió a insertarla unas diez veces más, hundiendo más profundo la cuchilla.

Pasaron algunos minutos y la abertura sangrienta de piel desgarrada se había sellado como si nunca se hubiera lastimado.

Ese era uno de los beneficios de los inmortales, podías vivir eternamente, las enfermedades no podían atacarte y mucho menos matarte. Si te lastimaban con armas mortales; pues tus piel, órganos, y cualquier parte del cuerpo dañada; se regeneraba en muy poco tiempo. La única forma de acabar con la vida de un inmortal, era apuntando a su cabeza. Solo funciona si la quitas de su cuerpo. No basta con degollar, o casi cortar la cabeza; el proceso de extracción tiene que ser finalizado, sino el inmortal en cuestión se regeneraría.

Miguel odiaba ese proceso de recuperación. Con rencor puro insertó una vez más aquella daga en su corazón y no la quitó de allí. Incluso hundió más la punta en aquel órgano.

Pasó 10 minutos con la daga insertada en su cuerpo, después de no hacerle ningún efecto, la sacó de allí y tiró aquel utensilio cortante al suelo junto a las demás cosas ahora rotas.

Mientras caminaba buscando su dispensa, su órgano cardiovascular, venas y piel, ya estaban restauradas para el fastidio de Miguel.

Cuando llegó, sacó una botella llena de cerveza demoníaca. Era el licor más fuerte en el mundo inmortal. Esperaba que al menos eso le ayudara a deshacerse del repentino dolor en su memoria. Y así fue.

Egoísmo [AU] | EcuPerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora