Espera

221 33 108
                                    

Eran más de las 5 de la tarde, los clientes frecuentes dejaban de venir para esa hora, por estar cerca al horario de cierre. Sus empleados realizaban los últimos quehaceres del local, y Francisco, quien por cierto tenía la tarea de barrer el lugar, se había detenido cerca del gran ventanal que daba vista hacia las afueras del local.

Su mirada soñadora no dejaba de buscar al joven inmortal que tanto añoraba. Ya había pasado una semana desde su primer encuentro. Una semana desde que Francisco le ofreció su tarjeta de presentación, invitandole así a su lugar de trabjao con la esperanza de conversar y hacerse mas cercanos a través del tiempo. No fue así.

El primer día después del encuentro, Francisco estaba muy emocionado contándole a todos sus empleados de su amor a primera vista, observando la puerta de entrada a su local por si se aparecía Miguel. No le importaba mucho lo que piensen los demas, él realmente era honesto en sus expresiones y no iba a cambiar.

El segundo día, la emoción en Fransisco seguía igual, incluso se había arreglado todavía más que el día anterior. Debía estar prevenido si es que el hechicero inmortal visitaba su pastelería. El tercer día fue casi igual. Incluso sus hermanas habían notado sus acciones. Desde el cuarto día fue que la emoción y alegría en Francisco habian mermado, nunca hubo una llamada, ni una visita, no había ni tan solo un rastro del sorceri.

Francisco suspiró largamente mientras apoyaba todo su peso en la escoba que tenía en sus manos. Él queria verlo. Demasiado.

—Jefe.—De pronto aquel llamado lo sacó de sus pensamienos. —Ya hemos terminado con la limpieza, y de hecho ya es la hora de cierre. —Dijo una de sus tres empleadas, quien resultaba ser una joven inmortal. Una duende.

—Oh, claro. Ya pueden retirarse, gracias por su trabajo.—Les dedicó una amabe sonrisa que no le llegaba a la mirada. La decepción de no ver a su destinado sí que le afectaba.

—Gracias jefe.—Empezó otra de sus empleadas, esta vez era una humana. En realidad la única inmortal allí, era aquella joven duende.— No pierdas las esperanzas, jefe Francisco. —Dijo al notar su decepción en la mirada café.—Tu príncipe azul vendrá. El destino está a su favor.

Con la calidez en su corazón por la preocupacion de sus empleados, esta vez sí les dedicó una genuina sonrisa.

—Muchas gracias, no perdere las esperanzas. Vayan con cuidado.

Un poco mas de las 6 de la tarde, Francisco subió las escaleras al lado de su local, éstas le llevaban al segundo piso del predio, donde era el lugar al que podía llamar hogar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Un poco mas de las 6 de la tarde, Francisco subió las escaleras al lado de su local, éstas le llevaban al segundo piso del predio, donde era el lugar al que podía llamar hogar.

Catalina lo había recibido y se había ofrecido a calentarle la comida que Francisco había preparado en la mañana. El mayor de los Burgos, siempre preparaba demasiada comida en la mañana - además del desayuno mismo - para que ésta durase para el almuerzo y cena de los tres hermanos.

El joven Burgos fue hacia su habitación, acomodó algunas de sus cosas, y fue inmediatamnete  ducharse. Al salir de la habitación del baño, se cambió su traje de trabajo, por un conjunto cómodo, propio para usarlo en su hogar. Cuando entró al comedor, sus hermanas ya estaban sentadas mientras provaban sus primeros bocados. Con una sonrisa amena el mayor tomó asiento y las acompañó a cenar.

Egoísmo [AU] | EcuPerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora