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McKenzie Elder


Hacía varios días atrás que no pisaba un gimnasio.

Recordé el día en que encontré a Aser en una llamada con Saul o la vez en que ambos terminamos sangrando por diversas razones. Se me hacía extraño pensar que eso había ocurrido en la misma noche, luego de que Eddie nos estuviera persiguiendo por escaparnos de su fiesta... Hablando del rey de roma, después de que estuviera charlando en la cafetería con Aser, comenzó a invadir mi celular de mensajes que, a propósito, no leí.

Aser me decía que era mejor ignorarlo, que se lo merecía por ser un idiota y que debía aprender una buena lección de una vez por todas. El que se llevaría la lección sería Aser; Eddie medía al menos diez o quince centímetros más que él y fácilmente podía noquearlo con un golpe. Bueno, al menos mi novio me tenía convencida de eso y, viéndolo jugar fútbol americano, no tenía dudas de aquello.

—Quiero estar ahí cuando tu novio reciba lo que le corresponde —soltó ilusionado mientras entrábamos al local.

—¿De qué hablas?

—Le vas a dar una paliza cuando aprendas boxeo, McKenzie, y yo quiero ver cuando lo hagas. ¿Entiendes?

La voz de Aser sonó fuerte y firme, e hizo que sintiera alguna especie de presión sobre mí.

¿Acaso algún día logaría poner en su lugar a Eddie?

A veces lo pensaba, otras veces lo ignoraba y otras lo olvidaba. Quizás no sería posible.

—Aser, no creo que me entiendas. Realmente no sabes cómo es él, tú...

—Mack —me interrumpió. Me gustó que me llamara así, dicho por él sonaba bien, me gustaba—. Créeme, conozco más a ese imbécil que tú; no por ser su novia lo conoces. Mira, voy a entrenarte durante unos días, con eso te bastará y podrás defenderte con dignidad. ¿Bien? Toma, ve a cambiarte de ropa... —me entregó un par de zapatillas deportivas y un par de atuendos.

Aser, Aser, Aser...

¿Cuándo iba a entender que Eddie no era como él se lo imaginaba?

Tomé la ropa a regañadientes y me metí en el baño.

Dios, ¿qué hacía ahí? Nunca fui buena en los deportes y trataba de engañarme pensando que algún día mejoraría y lograría defenderme de mi novio. La idea sonaba perfecta, lo que la hacía mil veces más irreal de lo que podría imaginar.

—Mack, llevas más de media hora ahí dentro. ¿Está todo bien? —Aser tocó la puerta del baño. Yo me mantuve muda—. Voy a entrar... ¿está bien si lo hago...? —Al no obtener una respuesta concreta, entró.

Yo estaba sentada en el suelo, pensando en cualquier cosa. Intenté levantarme rápidamente, pero había olvidado que se me había dormido el pie, lo que hizo que me tropezara y cayera al piso, de nuevo, en frente de Aser. Mi brazo se había estrellado contra el frío piso y sentía un terrible dolor desde este que se irradiaba a gran velocidad por todo mi cuerpo.

—¡Mack! —gritó.

¿Quién le puede poner un suelo metálico a un baño?

—¡Estoy bien, estoy bien! —mentí descaradamente, intentando levantarme, pero mi pie me lo impedía por completo. No respondía.

Aser me ayudó a ponerme de pie y traté de mantener el equilibrio sosteniéndome de la pared.

—¿Estás segura? —me sentí dominada bajo la vergüenza y los nervios, empezaron a traicionarme más seguido. Lo admito, yo era un poco torpe, pero caerme frente a él... eso fue una mierda, una completa mierda.

El Infierno de Sus Besos © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora