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McKenzie Elder


—Espero que haya sido un placer haberme puesto los cuernos, McKenzie, pero te aseguro que no durarás ni cinco minutos en una relación con Aser. No sabes el infierno que te espera...

Alrededor de nosotros había cerca de cinco o seis policías que impedían una escapatoria para Eddie, el cual forcejaba para liberarse del agarre de dos agentes.

El infierno lo viví contigo...

—No seas estúpido —dije—. No te acerques a mí nunca más, de lo contrario tendré que llamar a la policía.

Uno de ellos rio.

—Descuida, si este chico vuelve a acercarte a ti será condenado a prisión.

Asentí.

Ya me habían explicado todo el proceso de la denuncia y habían llamado a un fiscal de turno. Solo faltaba que la jueza les entregara un documento, del que me enviarían una copia alrededor de unos dos a tres días, verificar los escritos y que Eddie pagara una multa ya que teníamos bastantes testigos a nuestro favor. Solo que tenía un problema; no poseía un documento que certificara que había recibido lesiones por parte de él, pero al menos Aser había sido astuto y había sacado algunas fotos cuando vio mis heridas en la cafetería. Al inicio me opuse bastante, pero en ese instante comprendí que para esto las utilizaría.

Aser parecía muy inquieto con la situación. Se acercó a mí lentamente y pasó su brazo izquierdo por encima de mis hombros, luego me miró y susurró:

—Luego iremos por comida, te lo mereces campeona...

Los agentes guiaron a Eddie hacia una de las furgonetas en la que habían venido y dos de ellos se subieron con él en la parte trasera, poniéndole así unas esposas. Nos dijeron que harían un reporte y lo enviarían a su casa, pero nunca hablaron de arrestarlo, lo que me provocó una gran inquietud que debía desaparecer de algún modo.

—¿Por qué no lo arrestan y ya? —pregunté dudosa.

Dos agentes se miraron entre ellos. La que decía llamarse Emma decidió hablar al cabo de un par de segundos.

—Eddie es el sobrino de nuestra jefa, no va a permitir que arresten a su sobrino. Lo máximo que podemos hacer es darle una orden de alejamiento por ahora, en caso de repetirse las circunstancias necesitarías una ficha médica, evidencias y documentos que lo verifiquen para así arrestarlo. Lo sentimos. —Explicó.

No lo pude entender.

—Pero... eso es corrupción —repliqué.

—Inmoralidad —me corrigió.

No lo entendí nuevamente.

—Debemos irnos, fue un gusto ayudarte, McKenzie.

Los policías se despidieron amablemente, deseándonos un feliz año nuevo de paso, y se subieron en la furgoneta para irse. Me quedé observándola durante unos minutos, mientras se perdía por las cuadras de la ciudad; no podía creer que dentro de ella estuviera un chico de dieciocho años que solía agredirme con frecuencia y al que le había puesto los cuernos por un simple beso...

¿Realmente contaba un solo beso, o el sentimiento de culpa me acechaba?

Ambas, tal vez; nunca tuve el tiempo suficiente para pensar en todo eso. Ni siquiera había pensado en lo que sería de mi vida desde ese momento en adelante; sin las llamadas o mensajes del chico, sin las apariciones repentinas en la preparatoria, sin los gritos o quejas, sin su agresividad cerca de mí...

El Infierno de Sus Besos © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora