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McKenzie Elder


—¡Oye, Mack!

Puedo escuchar su dulce voz...

—¿Qué pasa? —me oigo responder suavemente a mi madre.

¿Será un sueño o todo esto vuelve a pasar?

—Mira a tu derecha —me indica y al hacerle caso puedo ver las luces de los faros iluminar la pequeña laguna de nuestra ciudad. Es bellísima.

Mamá voltea a mirarme y yo hago lo mismo, ahora nos encontramos agarradas de las manos adentro del auto, ella adelante en el asiento del conductor y yo justo detrás de papá y al lado de Karen.

Dios, se siente tan real; no puedo dejar que mi cerebro me engañe nuevamente...

—¡Papá! —lo llamé pero él estaba ocupado hablando con mamá—. ¡Mamá! —accidentalmente desperté a Karen y ambas comenzamos a gritarles para que nos prestaran atención.

—Dime, cariño...

No, no, no, por favor no...

—¡Hay una persona en el camino! —logramos gritar con todas nuestras malditas fuerzas.

Nuestros padres miraron de nuevo al camino y muy cerca se veía a una persona, que parecía un chico adolescente, y, al intentar esquivarlo, lastimosamente perdieron el control del vehículo en medio de la carretera.

Oscuridad, luces azules y rojas, y el sonido de ambulancias; eso fue lo que sentí momentos después, luego me vi entrando en el hospital junto a mi familia.

¡No! Esto no puede estar pasando de nuevo... ¡es imposible...!

Luego vi a una niña recostada en una camilla conectada a unas máquinas, era Karen. Volví a verme, esta vez recostada en una camilla al fondo de una habitación blanca con algunos algodones ensangrentados por toda la frente y cuerpo. Después de unos segundos entró un médico, de bastante edad, a preguntarme cómo estaba.

—¿Recuerdas algo? —quiso saber, curioso, mientras anotaba algunas cosas en una pequeña libreta de bolsillo.

—No mucho —confesé medio adormilada.

—Bien... ¿sabes cómo se llaman tus padres o tu hermana? —anotó unas cosas en la pequeña libreta con bastante rapidez, pendiente de no perderse ningún soplo detalle.

—Emily, David y Karen.

Las figuras comenzaron a distorsionarse y comencé a ver a Karen llorando y abrazada a mí; yo también estaba llorando y unas enfermeras nos traían golosinas o nos ofrecían ver alguna película para distraernos, pero era inútil, los llantos no cesaban y ellas comenzaron a desesperarse.

El mismo médico de antes entró a la habitación y se acercó a nosotras, dispuesto a decirnos algo, con una postura bastante seria.

No de nuevo, por favor, te lo suplico... ¡No lo digas...!

—Lo siento, chicas..., reportaron a su madre muerta hace unos diez minutos. Hicimos todo lo que pudimos pero ya había perdido demasiada sangre y...

¡No, no!, ¡no puede estar pasando de nuevo...!

Mi mente captó el sonido de la alarma y se olvidó de todo. Las personas desaparecieron y dejé de ver el hospital.

Carajo, son las 6 de la mañana.


***


Me levanté a duras penas de la cama, recordando mi pesadilla, y busqué entre todo mi desorden las pastillas que debía tomarme. Bajé lentamente a la cocina en busca de un vaso de agua para poder tomármelas, aunque en este punto yo podía hacerlo sin ayuda de esta, y no estaba bromeando; mi abuela se asustaba pero mi abuelo y Karen comenzaban a reír.

El Infierno de Sus Besos © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora